"De
encomiendas, minas y otros despojos"
(Al estilo de Manuel Payno)
I. El repartimiento: un banquete de
conquistadores
Corría el año de 1524 cuando, en esta Comarca, comenzó el reparto de
encomiendas —aunque, a decir verdad, los españoles ya habían olido y
escogido los mejores manjares desde años atrás. Los más ilustres
conquistadores, como buenos comensales, se sirvieron territorios vastos y
ricos; los de menor rango, conformes con las migajas, recibieron lo que
quedaba. Así, cuando el señor Cortés decidió formalizar el repartimiento, ya no
había pueblo ni palmo de tierra que no tuviese dueño, como si México fuera un
pastel devorado antes de llegar a la mesa.
En Acapulco, dos vecinos de Tanustitlan —Alonso de Aguilar y Andrés Núñez— firmaron una compañía tan singular como cruel: cien esclavos indios, con sus herramientas y bateas, fueron entregados para extraer oro en las minas de Chilapa o "los apalcingos, o sus comarcas", mientras Aguilar proveía —eso sí— los "alimentos" de los desdichados. ¡Vaya sociedad! Unos ponían el sudor ajeno; otros, unas cuantas tortillas.
II. México: entre la democracia y el despojo
Hoy, al cerrar este año, México pasa a los anales no por sus victorias, sino
por la sorpresa de que el pueblo, harto de ladrones con corbata, haya
barrido del poder a quienes se creían dueños del sol y la luna. Los derrotados,
ay, aún gruñen en los periódicos, incapaces de aceptar que perdieron contra un
hombre sencillo, ajeno a sus glamour de salón.
Pero no nos engañemos: la verdadera alegría no está en los políticos nuevos, sino en el pueblo que, con su voto, arrojó al tacho de la historia a esa escoria que se enriquecía con el oro de todos. Como decía el italiano Gramsci: "Instrúyanse, agítense, organícense". Palabras sabias que hoy repito: mexicanos, dejemos los dimes y diretes y pongamos manos a la obra. Hay que reconstruir lo que otros, con maletines llenos, derribaron.
III. Las minas: el saqueo que no cesa
Mientras Guerrero padece sed, las minas de oro —¡oh paradoja!— nunca carecen de
agua. En Chilpancingo, la capital, los pobres mortales reciben el líquido una
vez al mes, pretextando el ayuntamiento que debe "veinticinco millones
de pesos" a la CFE. Pero las mineras, esas sí, pagan la luz a tarifa
de risa y contaminan ríos enteros para extraer el metal que jamás brillará en
manos mexicanas.
"Los Filos", en Carrizalillo, extraerán sesenta millones de toneladas de oro en veinte años. ¿Y qué queda al pueblo? Ni un gramo. Al gobierno federal, cinco pesos por hectárea. ¡Vaya negocio! Si el subsuelo es de la nación —y la nación somos todos—, ¿por qué el gobierno regala a extranjeros lo que nos roba? Las cuentas son claras: ellos invierten ochocientos millones de dólares, extraen tres mil quinientos veinticinco millones, y se llevan libres de polvo y paja dos mil setecientos veinticinco millones.
IV. Epílogo: un brindis (con agua turbia)
Disfrutemos este fin de año, compatriotas, pues mañana toca levantar piedras y
secar lágrimas. Mientras, en Acapulco —"todo bonito"— el oro
sigue yéndose en barco, y los ríos llevan más cianuro que agua. Así es México:
tierra de saqueo eterno, donde hasta la democracia sabe a conquista.
—Manuel Payno (si hubiera visto el siglo XXI)