Estando en la era de la inteligencia artificial, la minería de datos y el glamour de las redes sociales y de los buscadores de las redes, me recuerda aquel trabajo que hice cuando iniciaba a ser empleado en la rama de la computación.
No había cumplido ni un año de haber ingresado al primer empleo que tuve, cuando, debido a mi acuciosa manera de buscar que hacer, oí que había llegado de EUA una cinta magnética con información médica la cual no se podían imprimir por venir codificados los textos de impresión en letras minúsculas.
Los pondré en la época para que comprendan el suceso, resulta que entonces, ya en la era de las computadoras de la tercera generación; aquí en México, imprimir diferente que usar puras mayúsculas resultaba algo oneroso, básicamente se utilizaban las computadora que nos arrendaban en México las empresas líderes del mundo en esa materia, comprar una en el extranjero sería pecar de estúpido por el costo y la rapidez con la que se volvían obsoletas entonces. El intercambio de tecnología era secreto de estado y básicamente las potencias exportaban lo que sería tecnología caduca allá o alguna que no diera pauta a que los superaran copiandola.
Así pues, la impresora impactantemente rápida que teníamos: de línea con cadena de caracteres; que existía en la dirección, sólo imprimía mayúsculas, números y algunos caracteres especiales. No imprimían siquiera todos los caracteres que el código de la máquina para textos aceptaba.
Escuchaba a los expertos del centro de cómputo como divagaban en el vacío de la imposibilidad de imprimir siquiera una pequeña muestra de lo grabado en la cinta, al intentar hacerlo salían caracteres especiales o blancos impresos.
Regresé a mi espacio laboral y cogí uno de los manuales donde estaba el código de la máquina, miré que dentro de él estaban las minúsculas concluyendo que el limitante era la impresora y el no poder traer una que lo hiciera. Entonces la entrada de los programas al computador se hacía por tarjeta perforada las cuales utilizaban el código hollerith el cual igualmente aceptaba minúsculas, pero igual el teclado de las máquinas perforadoras no tenían minúsculas fue entonces que se me ocurrió como perforar el código de las minúsculas en las tarjetas, luego hice que me perforaran todas ellas, después codifique un programa en lenguaje fortran que leía la tarjeta esas las ponía en una tabla asociada con las mayúsculas desde donde el mismo programa las tomaba para sustituir las minúsculas que leía de la cinta, luego las mandaba a la impresora en mayúsculas logrando imprimir lo que deseaban. Después de haberlo hecho, aparecieron muchos que también decían que lo hubieran podido hacer; pero ni lo propusieron ni lo hicieron.
Esa pequeña argucia fue el empujón en mi exitosa carrera como analista programador. Después, durante casi cinco años, todo fue una cadena de pequeñas ocurrencias que resolvían grandes problemas. Así debería suceder en el mundo pero la mayoría calla y busca monetizar sus ideas antes de proponerlas; o simplemente teme proponerlas por miedo al fracaso.
La envidia y la mediocridad afloran junto al talento creativo, algunos incluso acusan a los que proponen como personas ególatras y presumidas o hasta los descalifican porque no tienen doctorados y maestrías.
jueves, 8 de octubre de 2020
Creatividad.
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