Cuando regresé de los
Estados Unidos en 1965; donde estuve tres años, ingresé a la Secundaria Diurna
número 1; ahora Raymundo Abarca Alarcón. Entre las materias que se impartían
hubo una, de la que hablaré ahora por ser parte del comentario, que
correspondía a la de Educación físicas: excursionismo. El instructor era un personaje que durante
buen tiempo fue mi amigo Mario Peralta, al parecer murió víctima del Covid-19 o
de la iatrogénesis
médica.
No puedo negar que llegué a
excursionismo por la moda en aquel momento y por la influencia de los amigos de
entonces que me empujaron a anotarme con Mario; y que bueno, porque
precisamente de esa experiencia sensacional escribiré.
Resulta que se organizó una
excursión a Huacalapa
para visitar una gruta que existe allá con el mismo nombre. Son aproximadamente
25.6 k calculados por el camino que existe ahora a ese lugar. Hubo buen cuórum
para asistir, recuerdo que fue la única que se hizo en el curso.
Tal vez se efectuó entre
septiembre y octubre; serían tres días con dos noches como aquellos famosos
viajes TDP de los setenta. Así pues, que el día indicado en la madrugada ahí
estábamos en el punto de reunión los que iríamos. Va a parecer chiste, pero no
recuerdo el lugar de reunión. La memoria tiene sus misterios, recordamos cosas
que otros ni de chiste recuerdan y olvidamos algunas que para otros son esenciales.
Tal vez la escuela, la plaza central o la Alameda, puntos de reunión
acostumbrados entonces.
Entre los que asistieron, estaban
Tomás Adame y su sobrino Arturo, Mario, yo y otros cuyos nombres he olvidado,
pero no de sus acciones interesantes.
Como buenos excursionistas
todos llevábamos comida, agua y cobija. Tal vez fue lo sugerido por Mario. Yo
no sé para que, pero incluso pedí dinero a mis padres y los puse en mi secreta.
Mario ya nos había enjaretado un cinturón militar
con cantimplora y botiquín(el botiquín llevaba pastillas de cloro para purificar
agua); de esos que en aquellos tiempos todo buen soldado portaba. Esto de
enjaretar, era y sigue siendo muy de los profesores de la región, son sus
negocitos para completar el gasto dicen. Hacen su luchita pues. Como dato
complementario diré que el maestro de carpintería me cambió sin consentimiento
mis tablas de cedro por unas de pino, tal vez pensó que no me daría cuenta. Lo
bueno que las usó para la mesa de la sierra eléctrica de la escuela.
Pues bien, ya puestísimos todos
se inició la caminata, aclaro que la ida se haría caminando; como lo hace
cualquier excursionista que se digne llamar así.
Entonces existía un camino
ancho desde Chilpancingo hasta Huacalapa, me platicó el señor Iturbe que él lo
hizo para bajar el trozo desde ese lugar hasta Chilpancingo, magnífica madera
(cedro, oyamel, ayacahuite y pino) que entonces toda se embarcaba; ya
beneficiada aquí, para su destino EUA.
La caminata se puede
describir como un ascenso de 1000 metros, imagínense ustedes subir una escalera
de esa altura. Desde luego está tendida 25k. lo que la hace algo ligera, pero
aún así la caminata duró 12 horas. Por un camino de terracería rodeado en la
mayor parte por bosques fluviales y
de coníferas. Salimos a las 6 de la mañana y llegamos a las
seis de la tarde aproximado estos datos. El camino fue toda una tertulia, con
bromas y anécdotas. Arturo era el menor
del grupo, le decían el nene en su casa; considero que Tomás hizo mal en
mencionarlo, en el grupo íbamos desde los de primero de secundaria hasta el
tercero. Poco más allá de medio camino Arturo ya se estaba rajando, así que no
se hizo esperar la burla que le hicieron al nene cuando le reclamaba a su tío
haberlo llevado, entonces fue mi primer contacto con él, después fuimos amigos porque
él se casó con la amiga, casi hermana, de mi esposa. Pues bien, Arturo tuvo que
apechugar, no se si eso fue causal de sus adicciones en el futuro o fue esto
último por cuestiones lúdicas. El caso que vivió una buena vida y mi estimado
amigo ya murió. Como en todas las muertes aquí en mi Chilpancingo, morimos según
las masas por causa de nuestros vicios. Hasta las rezanderas.
Recuerdo que en el camino
nos encontramos a Pedro Reza originario de Huacalapa y hermano de mi compañera
Marinela; no se si de ida o vuelta, pero él era muy bueno para utilizar atajos;
así que nos dijo que ya faltaba poco, je, je cuando todavía caminamos unas seis horas.
Así que entre el cansancio
las burlas y bromas sobre chaneques, creo que incluso a uno se le puso ese
apodo, la carencia de agua debido a no estar acostumbrados a racionarnos
llegamos a Huacalapa ¡Wow!:
Un paisaje ensoñador, entonces Huacalapa era
un pequeño valle rodeado de tupidos bosques, en la planicie del valle tal vez
cinco viviendas, una de ellas de la familia de Mario donde entonces vivía su
cuñada. Y que fue donde acampamos. Antes de acomodarnos en el lugar permitido
dejamos todas las mochilas en el patio junto a un árbol, después de un descanso
y con el sol ya tendido por ser tarde sugirió Mario ir de casería. Algunos ya
rajados por la caminata desistieron, pero yo y otros acompañamos a Mario. Fue
una ligera caminata subiendo un bosque de ocotes en dirección de San Vicente
dijo Mario. No se cazó nada y como ya el sol se metía regresamos al campamento.
Cual no sería nuestra
sorpresa que en la hora u hora y media que nos fuimos llegó un grupo de amigos
o enemigos de Mario, jóvenes mayores que nosotros incluso conocidos algunos por
mañosos. Se dieron el gran banquete de su vida con las viandas que llevamos; o
sea, nos dejaron sin víveres. Todavía quedaba el resto de ese día, otro
completo y el regreso.
Pero la diversión, los
paisajes, la aventura hacían que el hambre pasara a segundo término, al fin
todos de familias de media clase bien alimentados soportamos eso y más.
Así que inició la oscuridad
en un lugar donde la CFE aún no llegaba, pero mi amigo Tulio Estrada hacía todo
lo que podía, entonces, para electrificar Guerrero. Nos empezamos a acomodar en
una galera de la casa, que nos prestaron para pasar la noche, en Huacalapa hace
un frío invernal aun en el otoño, Mario tenía la fama de que no era binario,
dicen, recuerden que en Chilpancingo el
chisme quema inocentes, así que ese chisme hacía que ninguno quisiera dormir
junto a Mario. Por el otro lado él nos invitaba a dormir juntos; que por
sabiduría del excursionismo es como se puede uno mantener tibio. Todos tendidos
en el suelo para dormir y también sabiendo que en la madrugada se presentaría
el famoso cometa Ikeya
Seki ; los
excursionistas deben estar al tanto de los fenómenos cósmicos. Por ahí se oyó el
grito de uno, amigo desde luego, aunque no recuerdo su nombre, que quería cagar
y preguntaba por el escusado, le dijeron que no era hotel, que no había, que se
fuera abonar la milpa, así que fue y lo acompañó su amigo inseparable; ya
estando en el asunto, el amigo notó un bulto detrás de su cuate y le gritó: --
¡el chaneque! -- Acto seguido el otro se levanta el pantalón con las
consecuencias previstas y corrieron ambos al refugio, al saberlo los demás se volvió
un chiste toda la noche.
Entre los que fueron había
algunos temerosos a la oscuridad acostumbrados a dormir con luz, la galera parecía
boca de lobo entonces, uno de ellos para calmar su miedo la pasó toda la noche gritando:
--- ¡el cometa!
No amanecía todavía así que
optamos, ya que no se podía dormir, salir al campo abierto en donde prendimos
una fogata; alrededor de ella inició la tertulia, las bromas y los chistes,
sobre de ella una olla que recuerdo prestó la cuñada y dentro de ella el agua y
toronjil. Así pues, sentados mirando el oriente, tomando toronjil y acogidos
por el fuego estuvimos esperando el cometa. Después de un agradable y divertido
momento inició su salida, sobre las montañas, la cola del cometa Ikeya Seki.
¡Espectacular!, fue la
primera vez en mi vida que miré un cometa. Cuando la cola llegaba casi a la
mitad de la cúpula del cielo salió la cabeza del cometa, una estrella brillante
como sirio; la luz de la aurora también iniciaba su plan de iluminarlo todo.
Mario llamó para hacer
revista, bueno no tanto, solo para organizarnos para ir a la gruta; así con el
puro té de toronjil, sin endulzar, en la panza.
La gruta queda a escasos
dos kilómetros incluyendo el recorrido interior, todos a pesar de la panza
vacía íbamos felices, tal vez seríamos unos diez, no recuerdo realmente
cuantos, pero alrededor de diez suena bien, un pelotón digamos.
Llegamos a la gruta se
inicia con un descenso sobre una cantidad de enormes rocas hasta una gran
caverna llena de murciélagos, por lo mismo el suelo lleno de guano y por
supuesto su hedor; ahí, antes de que iniciara la oscuridad, se prendieron las
lámparas de gasolina y se repartieron entre el grupo luego continuamos, ya
saben a esa edad todo es un desmadre y el instructor solo el espantapájaros,
así que todo el camino hacia dentro eso fue, que el paso del jabonero, que
esto, que aquello al final una pequeña posa cristalina con agua y galerías por
todas parte; el suelo, un barro pegajoso con el que se podían hacer bolas y
moldear con ella, no se quien dio la idea y como fue permitido por el líder,
pero sonaba chingón hacer una guerra en ese amplio lugar apagando las
linternas, madres nunca había estado en un lugar tan oscuro, ahora se lo que
ven los ciegos me dije, se da el grito de inicio de hostilidades. Yo aún con
los ojos bien abiertos queriendo ver el espacio donde me movería, cuando de
repente siento un madrazo en el ojo, ya no recuerdo cual; el caso es que con el
ojo madreado o sin ello no veía ni madres grité lo que me sucedió y pararon de
tirar, prendieron una linterna sorda y después las de gasolina. Pues bien fui
el aguafiestas del momento y hay vamos de regreso a la salida, yo con un ojo
lleno de lodo no veía con él y el mismo dolor no me permitía abrir el otro, así
que ciego salí de la gruta, esto gracias a un amigo, amigo de verdad (pena me
da no recordar su nombre) que me llevó siendo mi lazarillo hasta el campamento.
Ahí Mario me limpió el ojo, y desde luego fui yo ahora el objeto del choteo y
burlas, Mario inicio diciendo tan bonito ojo verde y perderlo en una pendejada.
¡cuídale la mano Edgar! Gritaron por ahí.
No se quien ni como llegó
una botella de mezcal al campamento, el caso es que algunos iniciamos a tomarlo,
yo recuerdo que con uno de los compañeros caminamos, ya algo tomados, hasta una
pequeña loma que se encuentra a la mitad del valle y subimos a ella, ahí nos
quedamos dormidos hasta tarde bajo la sombra de un árbol. El mezcal curó el
hambre, el cansancio y el malestar del ojo. Curiosamente recuerdo poco de la
segunda noche, pero sí recuerdo que la cuñada, cobrándonos algunos pesos, que
por suerte algunos traíamos, nos hizo un rico elopozole, sin
carne; puro elote y con algunas otras hortalizas tal vez calabaza y ejotes. También
nos preparó unas tortillas con una bolsa que tenía de harina Minsa, las que
comimos con sal y chile. Tal vez la noche la volvimos a pasar frente a la
fogata tomando toronjil.
Temprano al día siguiente
salimos rumbo a Chilpancingo, sin orden todos desbalagados, la autoridad de
Mario se rompió, no recuerdo porque, pero casi se puede decir que regresamos
como pudimos, Vale saber que ya algunos habían hecho el recorrido y básicamente
ellos guiaron, sin embargo en el grupo que yo iba uno de ellos nos dijo que por
una brecha se cortaba camino y fuimos a parar a un aserradero abandonado sobre
una montaña que daba a un acantilado donde se veía cerquita Chilpancingo, pero
muy al fondo de un barranco que requería alas para librarlo, así que a caminar
de regreso buscando el camino ancho. Lo encontramos y lo seguimos el hambre
empezó hacer mella en las tripas, se aguanta sin moverse, pero al caminar se
van perdiendo energías y el cuerpo manda sus mensajes de abasto.
Llegamos
a una cuadrilla, tal vez Ixtemalco, donde nos sedujo el olor a comida, vimos
donde estaba el humo y caminamos hacia allá.
Era una señora que tenía su casa en una pequeña loma, no era una mansión
una pequeña choza de bajareque con techo de palma, estaba cocinando frijoles en
una olla de barro rojo, sobre el anafre caliente con carbón, entonces en estos
lugares hacían carbón, también hacía tortillas en el comal de barro. Le
sugerimos, casi babeando del antojo: —que nos vendiera algo de comida, contestó
que solo tenía frijoles con tortillas, que si estaba bien pues sí nos lo
vendía. Pues que más... a entrarle, nos supo al mejor manjar de la vida. Poco
después nos encontramos al señor Iturbe, buen amigo de mi padre que circulaba
por el camino en su Jeep guinda rumbo a Chilpancingo, nos dio un aventón. Ya lo
decía mi amigo Romeo preferible tener amigos con carro que carro. Aquí acabó
nuestro orgullo de excursionista pedestre. Al menos por este día. Este señor llegó justo en el mejor instante.
Platico las anécdotas porque al final de cuenta son las que le dejan a uno los
recuerdos de que vivimos entre personas que de una u otra manera se preocupan
por uno e igual uno por ellos. Y sabemos
que, aunque no nos frecuentemos cuando nos volvemos a ver se nos aviva el
corazón. Espero que, si alguien llega a leerlo y fue conmigo, que me diga
nombres de quienes fuimos. El mismo que me ayudó cuando el ojo fue quien
regresó conmigo y me ayudo con la mochila, esta persona después tuvo una
historia triste, se hizo amigo del hijo del dueño de la concesionaria Ford, un
día se fueron de juerga con unas chicas en un auto al parecer rumbo a Zumpango
y se accidentaron, murió una chica, iba manejando el hijo del dueño de la concesionaria,
pero fue mi amigo quien se hecho la
culpa.