Desde el comienzo de este siglo, México ha experimentado un auge en su vida electoral que, en apariencia, busca consolidar la democracia. Sin embargo, este proceso se ha convertido en un derroche millonario en la búsqueda de nuevos líderes. La "alternancia" se ha convertido en una palabra de moda utilizada para justificar la proliferación de partidos políticos y aspirantes al poder sin límites.
Hasta la fecha, hemos presenciado tres diferentes administraciones bajo el disfraz de la alternancia, con la actual aún en curso. A pesar de esto, ya se están gestando al menos dos enfoques gubernamentales distintos: aquellos que desean continuar el proyecto de AMLO y aquellos que buscan distanciarse de él, dispuestos a seguir entregando los recursos del país a intereses extranjeros a cambio de un estilo de vida elitista, como lo han hecho durante las últimas cuatro décadas.
Es evidente que, al igual que en la época de López Portillo, un solo individuo parece tener todas las cartas a su favor para ganar. La oposición debe aprender de la historia y desarrollar una estrategia sólida si desean mantenerse relevantes en este sistema político.
El partido que históricamente detentó la presidencia en el siglo pasado ahora ni siquiera puede presentar un candidato viable, demostrando su incompetencia al punto de atribuirse logros ajenos como propios. Otro partido, por su parte, sigue una ruta similar debido a su arraigada religiosidad, esperando que Dios intervenga en su favor. Algunos partidos se han unido a la que parece ser la fuerza ganadora, una decisión que, aunque dolorosa, es pragmática para su supervivencia, mientras que el partido que se unió al perdedor debería reconsiderar su existencia, ya que ha cumplido su propósito y debe revaluar su rumbo.
Además, ha surgido un candidato independiente, un ferviente creyente en sus propias ideas, que podría presentar un desafío peligroso para la coalición gobernante. Dadas las tendencias mundiales de los últimos cinco años, con ejemplos en Ucrania, Brasil y Argentina, donde movimientos similares han ganado fuerza, es crucial que México no siga ese camino. A pesar de la historia que muestra los peligros de este tipo de liderazgo, la historia tiene la tendencia de repetirse, y esperamos que los ciudadanos mexicanos no sientan la necesidad de hacerlo.
Durante el mandato actual, los opositores se han centrado en criticar y desacreditar al presidente en lugar de proponer soluciones concretas para mejorar la vida de los mexicanos. Esto ha dado una ventaja significativa a su sucesora en las próximas elecciones. La pregunta que debemos hacernos es: ¿es más fácil luchar por defender lo que ya se tiene que luchar por lo que se carece?
La oposición ha atacado al presidente no porque carezca de recursos o privilegios, sino porque no les permite arrebatarles a otros lo que ellos ansían. Parece que su objetivo no es servir al país, sino enriquecerse a sí mismos. Incluso podríamos especular que son aliados de gobiernos rapaces extranjeros en lugar de defensores de México y su gente.
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