Foto y pintada de Edgar P. Miller.
Chilpancingo no sólo es el nombre que lleva la ciudad capital del estado de Guerrero, sino que también es el nombre del municipio; por cierto es uno bastante grande y rico en paisajes naturales. Desgraciadamente la riqueza de paisajes también significa, para los ambiciosos gobernantes riquezas materiales codiciadas por ellos. Inmensos bosques han sido depredados para obtener las maderas tropicales preciosas, después engañan a la población ignorante y sumisa con una forestación incompleta que solamente es un remedo de lo que destruyeron. La gran variedad de especies vegetales y animales que fueron devastadas nunca se recuperarán con la forestación, porque en un nicho primogénito cada árbol o pequeño espacio es un universo de vida. Aún así la nobleza de la naturaleza poco a poco vuelve a intentar regenerar esos rincones destruidos con especies que se van adaptando a su nuevo entorno, después con el tiempo, muchísimo tiempo, quizás sean otras áreas con mucha vida; igualmente bellas pero diferentes.
Xocomanatlán es uno de esos rincones del municipio que en un tiempo fue devastado para sacar la madera, millones de metros cúbicos de maderas finas desfilaron fuera del municipio, “era el progreso”; ¿para quién?, para hacer rico a un estúpido con poder quizás, que incluso ya fue comida de gusanos, después se reforestó miserablemente. Ahora quedó, ya no con la majestuosidad de antes, pero al menos algo se logró, con esa mísera forestación que ya está siendo también codiciada por otros. Vuelve la belleza del paisaje, mas no la riqueza de especies. Escasas son éstas, tanto vegetales como animales que sobrevivieron, aunque no pocas, las que existen en este espacio, que como ave de fénix, crecen lenta pero maravillosamente. Cuando se devastó, quienes lo hicieron ni siquiera levantaron un inventario de lo que destruyeron, así es que ni siquiera sabremos que hubo antes ahí, solamente supondremos en base a lo poco que se ha salvado en otras partes similares.
El Bosque. (Foto de Edgar P. Miller)
La Simaroa se encuentra antes de llegar al poblado de Xocomanatlán, un antiguo campamento maderero que ahora es una pequeña comunidad agrícola y ganadera. Simaroa también es el nombre de un tipo de álamo (Populus simaroa), probablemente abundante en algún tiempo y de ahí, tal vez, se tomó el nombre.
Referencia sobre el árbol simaroa.
Plano del lugar.
A sólo un kilómetro antes de llegar a ese poblado está la desviación para sumergirse en un bello bosque de coníferas (ocotes principalmente), cedros blancos, juníperos, algunos encinos, fresnos y otros árboles que desconozco; entre los que sobreviven algunos de tejocotes. El camino inicia en donde está un mal cuidado vivero y un estanque en construcción con el propósito, según nos platicaron, de criar truchas. A pocos metros ya dentro del arbolado lugar nos encontramos un pequeño arroyo que cambia su cauce en belleza y torrente según la temporada de lluvias o secas, el encantador ruido del agua empieza a dar fascinación al lugar. A partir de aquí se empieza a subir, el camino de terracería construido hace tiempo para el saqueo de la madera, mejorado después para la forestación y, me imagino también, para poder acceder a un quemador de enervantes que el ejército mantiene dentro de este predio. El camino también es usado por el propietario de una finca en la parte alta; de lo que yo llamaría la primera sección, y por recolectores de leña sin dejar a un lado la extracción de minerales y materiales para la construcción, también los taladores lo ocupan.
Les sugiero que si no pueden controlar su costumbre cotidiana de producir basura no vayan; y sí lo hacen controlando ese mal hábito, dejen el carro en la entrada y caminen, así podrán ir mirando todos los paisajes y novedades que aparezcan en la ruta. En ella existen variedad de plantas que puede admirar, de repente saldrá algún animal salvaje que posiblemente nunca antes hayan mirado.
Se le advierte que si le causan repulsión los insectos, sapos y reptiles abstenerse de ir, recuerde que aquí es la naturaleza y no una sala de cine. El espectáculo es precisamente toda ella con todos sus elementos. Las plantas epifitas abundan en los ocotes y encinos, algunas modestas otra esplendorosas pero todas parte del mundo natural.
Plantas epifitas. (foto de Edgar P. Miller)
La naturaleza aquí en la simaroa nos muestra como la vida rompe barreras para seguir su proceso, sobre rocas germinan las semillas y prosperan algunas plantas hasta llegar a ser árboles con frutos.
Árbol sobre roca. (foto de Edgar P. Miller)
Especies de plantas que quizás ustedes nunca siquiera se hubieran imaginado que existen saldrán a su encuentro en el imprevisto lugar, como brotadas de un cuento de terror, algunas flores dominan la atención por su tenebrosa forma. Otras minúsculas llenan el espacio por temporadas.
Flores. (foto de Edgar P. Miller)
El lugar también nos cuenta sus tragedia, una cruz de hierro a la sombra de los àrboles nos dice que algo terrible sucedió, ya después algunos de los habitantes de la región nos cuentan la historia de Margarito Flores que caminando con sus hijos por ese ramal fue emboscado y asesinado con una escopeta, sus hijos hicieron frente a la agresión logrando escapar sanos y salvos, él terminó como habitante eterno del bosque.
La cruz. (foto de Edgar P. Miller)
En este bosque quedó estampado con esa cruz el recuerdo del suceso, aquí donde solamente en alguna temporada brota del suelo el hermoso lirio azteca, fácil de encontrar debido a su exótico color púrpura sangre, sangre como la de todos aquellos que han entregado su vida en estos páramos, espacio que debe ocultar otras increíbles historias humanas. Para unirse a la de aquel holocausto del bosque primigenio.
Lirio Azteca. (Foto de Edgar P. Miller.)
Las orquídeas encuentran su mundo en este lugar, las ramas de algunos árboles se observan forradas de ellas compitiendo en espacio con otras epifitas, existen diferentes tipos de orquídeas, las hay de varios colores y formas, la orquídea es una flor misteriosa y es aún más enigmática cuando uno llega a mirarla floreciendo en su hábitat.
Árbol con orquídeas. (Foto de Edgar P. Miller)
El espacio entre los árboles se ha formado de manera interesante como si un artista dedicado y paciente hubiera con inspiración y talento colocado pedazos de rocas, troncos dañados muriendo y pequeñas plantas como helechos y hierba por todas partes.
La piedra. (Foto de Edgar P. Miller)
A pesar que se mira y se siente la mano destructiva del hombre en el entorno, la naturaleza con calma como madre de todos incluyendo al principal depredador, regenera el daño haciéndolo parte del entorno. Si miramos con detalle, veremos insectos, anfibios, aves, reptiles, arácnidos y quilópodos convivir con algunos mamíferos incluyendo el hombre, compartiendo los desechos de todos y frutos de las plantas.
Paisaje. (Foto de Edgar P. Miller.)
El sonido del silencio es algo que aquí dice mucho, basta quedar unos minutos callados para sentir con los oídos como el aire mueve las hojas o agujas de los ocotes u ocochales como les dicen aquí, las que producen un agradable melodía parecido al oleaje de una playa tranquila.
Acantilado. (Edgar P. Miller)
Un inmenso acantilado permite jugar con el eco en algunas partes y dá áreas acústicas donde el sonido se transporta con mucha claridad a largas distancias. Se pueden oír la conversación de las personas como si se estuviera a un lado, desde cien metros o más.
(Foto n) Jardín natural. (Foto de Edgar P. Miller)
La foto n muestra algo espectacular, un hermoso jardín que la naturaleza creó sobre un tronco muerto. El mensaje que me queda es que una vez que nosotros nos aniquilemos a causa de nuestra vida displicente sin preocupación por la demás vida del planeta, la naturaleza simplemente hará jardines sobre nuestros despojos.
A manera que se sube la pendiente en la Simaroa, llegando a lo más pronunciado del recorrido planeado, el espectáculo crece, se encuentran manantiales, la flora es diferente, los magueyes mezcaleros se miran por todo lo amplio del lugar; así como algunas palmeras de capulín que nos acompañan por los senderos; incluso una pequeña gruta sale a nuestro encuentro para extasiarnos con sus estalactitas y banderolas formadas por el continuo goteo y escurrimiento del agua de lluvia que ha disuelto la cal del suelo a manera que fluye por todo lo alto de la montaña arriba de los dos mil metros sobre el nivel del mar.
Gruta. (Foto de Edgar P. Miler)
Hemos visto personas recolectar hongos para comerlos, existe también una huerta de peras en la parte media del recorrido, aunque los incendios suceden esporádicamente la lluvia intensa que los apaga inicia otra manera de alentar la vida y los seres que sobreviven al fuego empiezan su recuperación, el verde de los retoños contrasta entre lo negro del carbón apagado y las cenizas que dejó el temible suceso, algunos pequeños árboles sucumben a las llamas y la forestación natural tendrá que esperar otro ciclo más, o ceder su espacio a especies más aptas a estas casualidades. Cuando el fuego sucede por causas de los meteoros la naturaleza remienda con mágica respuesta, cuando es producto de la maldad humana se lo dificultan, pudiendo obligarla a trabajar por cientos de años antes de lograr cualquier regeneración.
Rana. (Foto de Edgar P. Miller)
Así vemos entre las cenizas y los arbustos chamuscados brincar una rana y después más adelante un sapo, probablemente en una danza de vida después de haber logrado evadir las llamas y tener la posibilidad de depositar sus huevos una hembra o fertilizar un macho los de una hembra. La existencia de anfibios en un lugar debe dar algo de tranquilidad, ellos son muy sensibles a los contaminantes, asì es que sí hay, quiere decir que el lugar no està tan contaminado y debemos tomarlo como mensaje de no traer, ni tirar o esparcir cosas ajenas al lugar.
Sapo. (Foto de Edgar P. Miller)
Aunque se repiten las mismas especies en el paisaje vegetal, las plantas son versátiles, asì podemos ver àrboles más bellos unos que otros, así las epifitas cada una intenta seducirnos de diferente manera con flores de gran belleza o follajes extravagantes, haciendo de este lugar un espacio de infinito deleite, claro está que eso sólo para quienes saben apreciarlo y entienden el valor que tiene la vida en la naturaleza. Si usted no es de esos locos que se admiran de ver brincar un chapulín azul entre la hierba, no venga a destruir este lugar sólo porque alguien llegue a ponerlo de moda y quiere usted estar ad hoc. Permita que la vida continúe sin su mano criminal.
Epifita. (Foto de Edgar P. Miller)
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