lunes, 26 de octubre de 2015

Sobre equivocaciones.






Foto de Carlos G. Miller.

El otro día que utilicé el servicio de un taxi, cuando le dije al chofer mi destino se inició una plática en relación a mi negocio y a mí. La parte medular de la plática de la que me interesa hablar es la de que mi amigo el conductor siempre había pensado que yo era de otra parte del mundo y no de la ciudad, quedó asombrado cuando le dije que era de la ciudad; el señor es de menor edad que yo, así que no pudo conocerme de niño.

Esta situación aunque parezca fútil es muy interesante en un país donde quienes tienen la piel más oscura se quejan de la discriminación, pues aquí en Chilpancingo debería ser al revés, desde niño, por ser más claro de la piel que muchos, se burlaban de mí diciéndome rico o güerito, y sí ser rico para algunos es un privilegio y güero un deseo, para mi en esa edad era el peor insulto.

El caso está, y es, para donde voy, que sí soy de Chilpancingo, aquí nací aunque mis padres no; él fue de Mérida Yucatán y mi madre de Ometepec Guerrero. Pero soy Chilpancinguense de nacimiento y para más puntualización les diré que nací en donde se encuentra la plaza central justo donde el asta bandera se erigió.

Y no he vivido toda mi vida aquí ya que nací y mis padres andaban como judíos errantes,(espero que los judíos no se ofendan por decirles errantes), así que también en mi niñez viví en la ciudad de México, en Texcoco, hasta en Guadalajara y otras partes pero a fin de cuentas mis padres se quedaron a radicar aquí y que bueno porque fue un magnífico lugar para mi niñez y juventud. Parte de mi adolescencia la pase fuera de México también, luego regresé, pero terminando la secundaria partí a la ciudad de México para ya después casado y mayor regresar a Chilpancingo a vivir.

Y disculpen el rollo anterior pero sólo lo mencioné para poder darme a entender en cuanto al comentario que a continuación diré.

Pues comienzo.
Resulta que yo tenía un a visión de Chilpancingo como el de un lugar privilegiado para vivir casado y con hijos. De ahí que fue por eso que regresé el año en que nacería mi primer hijo.
Chilpancingo no era una de esas ciudades prósperas y modernas, de esas donde existen grandes consorcios comerciales e industria, ni siquiera una con grandes productores agrícolas o ganaderos o de mineras o de otro emporio productor de bienes ya sean textiles o artesanales. Básicamente era la capital de un estado pobre con comodidades mediocres pero suficientes para una vida tranquila sin lujos ni esplendorosas fortunas, existía un decadente industria maderera también. Y fue suficiente para que en ella crecieran y se educaron grandes personas, que ahora algunas han emigrado en busca de fortuna a diferentes lugares del país o del mundo.
Los que nos quedamos, algunos viejos románticos y otros que llegaron buscando lo que no había, ni habrá aquí: riqueza material. Aquí la riqueza que existía era la tranquilidad, un clima agradable, el trabajo reconfortante y la maravillosa gente que convivía entre risas, chismes y velorios y bodas.
Pero como el cuento de la gallina de los huevos de oro lo que se tiene nunca es suficiente para aquellos ambiciosos; que a causa de ellos, sean quienes hayan sido, la pequeña ciudad se volvió un infierno. 
Pero eso no es todo el problema, se empieza a vislumbrar grave y he de ahí aquello que mencionaba al principio y recordando la nota aquella de los encuestadores linchados y sacando a relucir la mágnifica nota de mi amigo Luis Barranco Ariza:

“FUENTEOVEJUNA, MÉXICO. La atrocidad social encuentra su camino en fallas de oído: entiende secuestradores por encuestadores; estulticia por justicia. ¿Y el Estado? Ah, sí, escucha impunidad y jamás, jamás, autoridad.”

Pues estando yo y otros dentro de una minoría, en colores no propios de quienes se sienten humillados, resultemos las víctimas de su desventura, tan solo por cuestiones confusas de oídos.

Y que esto es solamente agregar una posibilidad más a las ya tantas que existen aquí para convertirse en un caso aislado más.

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