Todas las fotos de Edgar P. Miller. |
Se volvió a cambiar el rumbo que andan los Caminantes del Maguey. Don Goyo nos invitó a una meseta escondida en lo alto de la Sierra Madre del Sur, donde descubrimos que se puede viajar al pasado caminando.
El Edén ya lo habíamos en una gran ocasión visitado, pero quisimos ir al Paraíso para estar seguros de lo que nos perdimos por culpa de Eva, aunque pueden ser sinónimas las palabras los lugares son diferentes, probablemente en el tiempo y el espacio se sobreponen. Y sí que me sentí por un día en el Paraíso, rodeado de hermosa vegetación verde, con una vista hacia las montañas en un día nublado fue un espectáculo soñado. Solamente faltó mirar a Eva correr tras Adán para comerse la manzana.
La neblina escurría entre los montes y cañadas, los pájaros cantaban, incluso una pequeña víbora acostumbrada a la soledad del lugar se cruzó sin inmutarse por nuestras huellas tal vez huyendo de la maldad que hizo a la pareja germen según la mitología bíblica. También hubo algunas ranas y su alimento favoritos los insectos.
Desde niño que no regresaba a este tipo de vida de trabajo y comunión con la naturaleza, la vida campirana. Ver al hombre en la faena de la tierra que da nuestros alimentos y disfrutar ese espacio alejado de cualquier ruido y símbolo citadino, todos los invitados querían participar en el deshierbe de la milpa al mirar a los nobles bueyes uncidos en la escarda jalando el arado. Pero los caminantes están más acostumbrados a las oficinas y las tiendas de ciudad por lo que prefirieron hacerse a un lado y no fastidiar el trabajo de los expertos.
Tuvimos un día fresco y ligeramente húmedo. La neblina en las montañas era el manto que daba un toque misterioso al día, el camino de subida a los dosmil metros en buenas condiciones con muy poco lodo que molestara al andar. Variedad de plantas floreciendo. Viejos árboles retorcidos por ardua supervivencia del agreste lugar. Quién podría haber imaginado que del otro lado del Xocomulco montaña que da cara a Chilpancingo, ese que se mira lampiño ahí, fuera una pequeña selva.
Las viandas siempre presentes y desde luego también el magnífico Mezcal de Guerrero, nuestro compañero Manuel algo afrancesado en sus modales llevó vino tinto al que desde luego no le hicimos feo y lo utilizamos para acompañar el almuerza, llegaron la tortillas de mano mientras la fogata ya calentaba el agua para el café. El tiempo y la tecnología va cambiando las buenas costumbre como la serpiente del paraíso con sus fascinante facilidad de hacer las cosas pero no mejorando la calidad y como nosotros no lo previmos tuvimos que tomar instantáneo en vaso del terrible unicel.
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