miércoles, 18 de julio de 2018

El emasculador robado.




En el campo, todavía es muy temprano, el ambiente se siente bastante húmedo, los árboles alrededor se miran cubiertos de neblina, las gotas de humedad que se condensan sobre las hojas escurren produciendo un ruido de percusión sobre los charcos que formaron en el suelo, la yerba alrededor de ellos crece abundante gracias a la constante humedad del temporal.

Un grupo de vecinos del lugar al fin lograron atrapar a Melitón. Es un malvado que ya había violado a cinco niñas del pueblo. El comisario les rogaba a quienes lo tenían atrapado que les permitiera llevarlo a la capital para entregarlo a las autoridades y que ellas se encarguen de castigarle.

Jaime inmediatamente se opuso:

— ¡Sí!, como aquella vez que llevaste al cuatrero y en el ministerio público le quitaron lo que llevaba de valor, después le pidieron dinero a sus familiares y lo dejaron ir quesque porque no habíamos presentado denuncia, como si él se hubiera llegado a entregar solo. ¡No!, a este pendejo aquí le vamos a dar su castigo… Ándale Silvano, vete por el emasculador para emascular a este culero.

— ¿El enmascus… qué?, ¿que madres es eso?

— La pinza esa de fierro que dejó el veterinario en el corral, esa con la que vamos a castrar al tordillo.

— No, no, no chinguen eso no; reclama Melitón — yo, si quieren, me caso con todas las niñas pero eso no.

— Casarte, pendejo, ni que fueras siñor patrón árabe, te jodes pendejo por andar arrecho, córrele Silvano ahora que está espantado para que sienta lo que las niñas vivieron.

— Mira Jaime, tengo una lanita guardada en mi cuarto, se las doy toda, es una buena lana, pero dejen que me vaya del pueblo, les juro que ya no regreso nunca.

— Mira lo que dice este güey, a de pensar el muy pendejo que está en un burdel de la capital, no cabrón aquí te jodes. Aseguraremos que ya no regreses. Después de capar te metemos la pitahaya por el culo y mañana cuando estés arrepentido de todo lo que hiciste; entonces te tiramos en uno de los pozos, de los hondo de allá en el cerro.

— No mames Jaime, se va a morir — le dice el comisario.

— A carajo, entonces que querías que le hiciéramos ¿que lo felicitáramos por cogelón?, pendejos, por ser así es que llevamos tanto tiempo jodidos por estos catrines que llegan de la capital, disque a cuidar el ejido y a orientarnos.

— A este ya lo identificaron las niñas, ya confesó; pues a chingar a su madre, hay que acabar con esta lacra.

— Jaime, Jaime…

— ¿Qué te pasa Silvano?

— El fierro ese, parece que se lo llevaron los cabrones aquellos que se metieron a robar al corral los becerros gordos.

— Este güey no se escapa, le hacemos como antes de que viniera el veterinario. Lo capamos con piedra.

— ¡Nooooooooo! — se oye un grito de terror de Melitón.

— ¡Siii! — gritaron todos los que lo atraparon.

El sol empieza a salir sobre de una de las más altas montañas, la luz del mismo se cuela entre la neblina, mientras algunas aves inician su vuelo en busca de su comida, a lo lejos se oye el rebuznar de un burro y el aroma de la leña que calienta ya los comales empieza a cubrir el lugar.

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