Otra
vez a Xocomanatlán, uno de los lugares frecuentados por los
caminantes. Lugar de belleza encantadora que está por desaparecer en
virtud del deseo de ser modernos; para “progresar” como
canturrean los gobernantes.
El
suelo de humus formado por los muertos del bosque, cubierto por esos
hermosos árboles que se alimentan de muerte y que juntos a toda la
demás vegetación dan vida a quienes obstinados están en darle
muerte. Le da al hombre para su existencia oxigeno,
agua y otras cosas de importancia vital.
Así
pues, les cuento que salimos tempranito del kiosko de la plaza
histórica de Chilpancingo a bordo del fatídico auto, para estar
congruentes con el “progreso”, luego lo abandonamos para iniciar nuestra caminata. Ya
en Xocomanatlán, nos movimos rumbo a la simarroa, lugar mágico de
vistas boscosas con cielos hermosos matizados con nubes, acantilados
yermos de la caliza rosada, cantos de aves, por caminos de tierra
roja húmeda, cruzamos arroyos formados por las lluvias y perennes.
Todo el camino acompañados a su alrededor por helechos y arbustos
que cubren la sombra de los arboles de encino y coníferas. También
fuimos testigos del crecimiento de bellos y sabrosos hongos. Nuestro
experto en la materia: Tulio, nos fue dando cátedra sobre ellos, a
tiempo que los íbamos descubriendo cuando brotaban entre las
acículas de los pinos tiradas en el suelo del bosque.
En
una loma con vista majestuosa, donde se puede soñar en la
perpetuidad de la naturaleza, iniciamos el acostumbrado receso
mezcalero, ya puesto el bodegón tradicional con las viandas de
siempre, entre bromas, anécdotas y los ronquidos de Omar terminamos
la ración que llevamos del espirituoso mezcal, razón que nos obligó
a volver, reforzada por hambre de la mañana, en pos de algunas
viandas pueblerinas, al parecer el plan sería que comeríamos un
rico pozole en el único mesón que se encuentra en el lugar, pueblo
pequeño, que empieza a sufrir las consecuencias de los forasteros
que llegan para habitarlo con costumbres antagónicas a la necesidad
de la montaña, de unas doscientas personas, quizás menos. No censé,
eso se lo dejamos al INEGI.
Nos
dirigimos hasta la casa del amigo de siempre donde se acostumbra
estacionar el carro, él nos sorprendió, bueno su esposa, con unas
gorditas de requesón acompañadas con una salsa de jitomate hecha en
molcajete y unos jarros de leche recién ordeñada, como pudimos y
donde encontramos nos sentamos para disgustarlas, como Pancho no pudo
acompañarnos en esta ocasión, a falta de su música, las vacas con
sus mugidos y las gallinas cacareando nos alegraron el momento con un
concierto de establo para dos instrumentos.(Video)
Una
vez acabando de darle muerte a las gorditas y a la leche, partimos a
la fonda para atracarnos con el pozole que nos esperaba calentito con
todos sus guisos; y otros mezcales que sacamos de la manga y de las
alacenas del lugar, entre la plática de los planes que el anfitrión
tiene para adaptar el sitio al turismo ecológico, nos preparamos el
manjar y le entramos con silencio sepulcral, dado el hambre que
teníamos, siguió la sobremesa por un buen rato; y como nada es
eterno, partimos de regreso a la capital del estado ciudad absurda
que carece de la suficiente dotación de agua potable pero donde
circulan miles de automóviles último modelo, principalmente de
trabajadores de los tres niveles de gobierno que para ellos
comprarlos es más fácil que dotarnos del vital líquido.
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