jueves, 4 de julio de 2013

Domingo en la Simaroa.



Otra vez a Xocomanatlán, uno de los lugares frecuentados por los caminantes. Lugar de belleza encantadora que está por desaparecer en virtud del deseo de ser modernos; para “progresar” como canturrean los gobernantes.











El suelo de humus formado por los muertos del bosque, cubierto por esos hermosos árboles que se alimentan de muerte y que juntos a toda la demás vegetación dan vida a quienes obstinados están en darle muerte. Le da al hombre para su existencia oxigeno, agua y otras cosas de importancia vital.

Así pues, les cuento que salimos tempranito del kiosko de la plaza histórica de Chilpancingo a bordo del fatídico auto, para estar congruentes con el “progreso”, luego lo abandonamos para iniciar nuestra caminata. Ya en Xocomanatlán, nos movimos rumbo a la simarroa, lugar mágico de vistas boscosas con cielos hermosos matizados con nubes, acantilados yermos de la caliza rosada, cantos de aves, por caminos de tierra roja húmeda, cruzamos arroyos formados por las lluvias y perennes. Todo el camino acompañados a su alrededor por helechos y arbustos que cubren la sombra de los arboles de encino y coníferas. También fuimos testigos del crecimiento de bellos y sabrosos hongos. Nuestro experto en la materia: Tulio, nos fue dando cátedra sobre ellos, a tiempo que los íbamos descubriendo cuando brotaban entre las acículas de los pinos tiradas en el suelo del bosque.




En una loma con vista majestuosa, donde se puede soñar en la perpetuidad de la naturaleza, iniciamos el acostumbrado receso mezcalero, ya puesto el bodegón tradicional con las viandas de siempre, entre bromas, anécdotas y los ronquidos de Omar terminamos la ración que llevamos del espirituoso mezcal, razón que nos obligó a volver, reforzada por hambre de la mañana, en pos de algunas viandas pueblerinas, al parecer el plan sería que comeríamos un rico pozole en el único mesón que se encuentra en el lugar, pueblo pequeño, que empieza a sufrir las consecuencias de los forasteros que llegan para habitarlo con costumbres antagónicas a la necesidad de la montaña, de unas doscientas personas, quizás menos. No censé, eso se lo dejamos al INEGI.
Nos dirigimos hasta la casa del amigo de siempre donde se acostumbra estacionar el carro, él nos sorprendió, bueno su esposa, con unas gorditas de requesón acompañadas con una salsa de jitomate hecha en molcajete y unos jarros de leche recién ordeñada, como pudimos y donde encontramos nos sentamos para disgustarlas, como Pancho no pudo acompañarnos en esta ocasión, a falta de su música, las vacas con sus mugidos y las gallinas cacareando nos alegraron el momento con un concierto de establo para dos instrumentos.(Video)

Una vez acabando de darle muerte a las gorditas y a la leche, partimos a la fonda para atracarnos con el pozole que nos esperaba calentito con todos sus guisos; y otros mezcales que sacamos de la manga y de las alacenas del lugar, entre la plática de los planes que el anfitrión tiene para adaptar el sitio al turismo ecológico, nos preparamos el manjar y le entramos con silencio sepulcral, dado el hambre que teníamos, siguió la sobremesa por un buen rato; y como nada es eterno, partimos de regreso a la capital del estado ciudad absurda que carece de la suficiente dotación de agua potable pero donde circulan miles de automóviles último modelo, principalmente de trabajadores de los tres niveles de gobierno que para ellos comprarlos es más fácil que dotarnos del vital líquido.

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