martes, 11 de marzo de 2014

De papalotes y gansos.




foto de los Caminantes del Maguey.

Estábamos intentando volar los papalotes, nos tardamos más en conseguir el hilo, haciendo el engrudo para pegar el papel de china y armarlo; que el tiempo que nos duraban en el aire. Aquí en Chilpancingo hace un verdadero ventarrón, lo que dificulta volar cometas; además, no es constante sino que llega en oleadas y después se quita, al parecer para esto de volar papalotes lo mejor son las corrientes ascendentes suaves, cuando estuve viviendo en Omaha, en una loma de las pocas que existen ahí, era en ella donde vivía con mis tíos, ahí si se volaban sabroso una vez que empezaban a subir querías tener más hilo para que se fuera lejos, el aire ni se sentía pero servía para que el papalote alzara vuelo.

Pero no es de papalotes de lo que te quiero platicar, te decía que eso estábamos haciendo y fue por eso que vi algo interesante, de repente del lado donde se nos soltó uno de los papalotes algo así como por el noroeste entre los gritos del Satanás: ¡encócale!, ¡encócale! empezamos a ver que venían unas aves en formación delta, creo que así le dicen a esa manera de volar en forma de ala de avión, pues bien yo me quede estupefacto al verlo, mientras Satanás nos gritaba que teníamos que ponerle más cola al papalote para que no se girara y se nos cayera. Nunca antes, bueno a los diez años no has vivido mucho, había visto esas aves, al parecer eran algo como gansos ya que tenían el cuerpo boludo y el cuello largo sus alas de una gran envergadura y creo que hasta oí sus graznidos, pero esto último quizás sea parte de las reminiscencias que uno acomoda y no de la realidad, sí me acuerdo bien que volaban mucho más alto que como lo hacían las aves de por aquí; ni a las garzas ni a los zopilotes había visto volar tan alto ni con tanto garbo.

Me quedé viéndolos hasta que desaparecieron, partieron por el sureste, mientras por lo lejos se oía otros gritos: ¡Edgar a comer!... después todos los días al menos una vez volteaba a ver el cielo con la intención de volver a verlos, me pareció algo mágico, nunca más volví a mirar otra parvada, ya tengo sesenta y cuatro años y creo que ya ni ha de haber de esas aves, así que estoy perdiendo la esperanza de que vuelva a ocurrir. Ahora todos los días veo aviones dejar su estela o a los helicópteros haciendo su ruido.

En el 2001 hicieron un documental sobre la migración de las aves, una magnífica realización que intentaba concientizar

a todos para salvarlas, proteger sus sitios de reproducción y respetar su vuelo, el film tuvo sus premios y después volvió a su envase de lata; como dicen por ahí: tuvo su instante de fama y ya. Los aviones siguen destrozando gansos en el aire con sus turbinas mientras los dueños de las aerolíneas se quejan de ellos y por otra parte, en la superficie, la industria contaminando lagos en bien del progreso. La población moderna y enajenada con displicencia por la naturaleza espera el siguiente Iphone. Probablemente algún funcionario de un ministerio de ecología esté comiendo paté de ganso con champagne mientras está firmando el acta de no impacto ambiental para la construcción de un aeropuerto o un Dragón Mart cercano a un espacio de migración de los últimos cien gansos de mote o los pocos que quedan de ánade de Laysán.





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