Existen construcciones ancestrales de las cuales algunas personas estamos familiarizados, cuando caminamos a sus lados nos traen recuerdos de tiempos pasados, tiempos cuando labrar el campo y criar animales era la actividad a la que la población aspiraba. Nostalgia de vidas modestas pero esforzadas.
Se hicieron incluso revoluciones exigiendo privilegios al respecto, como lo marca aquella frase célebre del Emiliano Zapata, aquí en México, de que “la tierra es para quien la trabaja”.54
Ahora el campo; incluso para los miserables que habitan las ciudades, es una reminiscencia del pasado, es algo indeseable. Jacinto Cenobio lo pinta con música a la perfección.
Así pues que andar junto a una brecha custodiado por tecorrales es una experiencia arqueológica, histórica; es recordar ese grandioso pasado, ese en que la población trabajaba para alimentarse y no para enriquecer corporaciones. Aunque entonces también hubo ambiciosos que esclavizaron campesinos para enriquecerse. Un mal difícil de erradicar, ya que algunos gobiernos hasta lo promueven como solución a sus problemas.
Esto de someter individuos para obtener beneficios.55
En Chilpancingo durante mi infancia existía un barrio que estaba dividido por tecorrales, incluso su nombre popular era tequicorral. Sin embargo a mis sesenta y ocho años no me a tocado observar la construcción de uno.
Ver piedras amontonadas formando una muralla puede parecer simple, pero la cantidad de material que contienen esos largos tramos que he observado, muestran la utilización de una gran cantidad de recursos para hacer esos tecorrales. En algunos lugares me han contado incluso personas de más edad que yo, que cuando ellos eran niños ya estaban ahí los tecorrales, los miran como parte del paisaje natural; y sí, uno puede ver que son viejos, porque árboles centenarios en algunos tecorrales cubren con sus raíces parte de los
mismos.56
Poco a poco va desapareciendo la agradable vista de piedras envejecidas por las inclemencias del tiempo, cubiertas por vegetación de tantos años y cerrados sus huecos con construcciones animales de diferentes especies, día con día ese aspecto romántico va cediendo paso a fraccionamientos y calles de concreto; a ese paisaje frío, geométrico y deshumanizado de lo moderno.
Con los Caminantes del Maguey hemos podido disfrutar, en diferentes comunidades, estas viejas obras de piedra; las hemos mirado hacer lucir el paisaje, formando avenidas arboladas entre tierras de labor y grandes montañas, mirarlos como serpientes subir y bajar lomas; diciéndonos que tal vez fueron campos donde el tesón y la constancia daba de comer a los pueblos. ¿Cuantos secretos guardan esas piedras ordenadas?57
La vida en un camino, bordeado por tecorrales.
Un camina entre ellos, sintiendo su protección.
Pero ya mirando el detalle, son muros que nos limitan;
detrás de ellos se encuentran las leyes de la nación.
Protección para el que se adueña,
de un pedazo de este mundo; tierra para la alimentación.
o un espacio para enriquecerse con la extracción.
Una ilusión con la que sueñan algunos;
y que para otros, eso es una aberración.
Trabajar de sol a sol es el destino del pobre,
faena para cosechar granos de oro,
sustento para un año de alimentación.
Son piedras en el camino; una, una acomodadas;
ordenadas y encimadas, como se vive en ciudades.
son piedras ya olvidadas donde la vida perdura
donde el árbol que no piensa, sobre de ellas madura.
Yo camino muy tranquilo; voy relajado, soñando con algo mejor.
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