lunes, 4 de abril de 2022

EL SAQUEADOR DE TEXTOS.

 

Cogí el libro que en turno estaba leyendo, me senté en la sala, después de encender la luz de la lámpara me puse a leerlo, iba en la pagina noventa y cinco, en un capitulo de acción, el cual fui leyendo fluidamente y con saciedad, justo cerca del final, en la pagina donde se concluía la trama: ¡blanca!, limpiecita, sin una letra, ni siquiera el número continuo.

No era la primera vez que me sucedía, este año, los últimos ocho libros que había leído, habían tenido el mismo defecto: ¿será un defecto o sucede algo más?, ¿qué pasa, alguien se está robando los textos de los libros?

Salí de la casa, con el pretexto de comprar algunos víveres, dirigiéndome al centro comercial más cercano de la casa, rumbo ahí fui meditando con respecto a lo del libro y me dije: — voy aprovechar en la tienda, e iré para ver algunos libros, a ver si de casualidad también tienen el mismo problema. Llegué al centro comercial, y después de comprar los víveres que necesitaba, me fui para la sección de libros e inicié a hojear algunos, estando haciendo eso, me di cuenta que un individuo vestido como ranchero, de bigotes tipo Emiliano Zapata1, botas tejanas, pantalón vaquero, cinturón grueso; a la cintura, con hebilla campirana, abría los libros, y cuando las hojas pasaban rápidamente de un lado a otro debido a la acción ejercida por sus dedos, él, con su boca, poniendo sus labios como si fuera a chiflar, en un instante succionaba, al terminar, dejaba el libro en su lugar y buscaba otro repitiendo la acción. Ya, metido en mi fantasía del robo, me pregunté: — ¿será éste, el que borra las páginas?


Discretamente, cuidando que él no lo notara, me dirigí hacia uno de los libros mencionados; o sea, a los que él aplicó sus procedimiento, lo cogí, era uno de García Márquez, “Vivir Para Contarla”, lo fui hojeando, pausadamente como analizando el texto, ¡comprobado! Pagina ciento cinco, blanca, analicé el escrito previo, decía: “pero cuando pasamos al balón de reglamento sufrí un golpe en el estómago”, ¡ajá!, ¿y luego que paso? Nunca lo sabrán los que lean este libro. Justo donde empieza lo interesante, la página en blanco. Me dije: —hay que hacer algo, no podemos dejar que esto siga.

Decidí denunciarlo: — ¿pero a donde? ¿Aquí en la gerencia de la tienda?, ¡no!, yo no he comprado libros aquí, últimamente, será mejor ir al ministerio público.

Me dirigí a las cajas a pagar los víveres, mientras esperaba en una cola de diez personas, maduraba la idea de la denuncia, me preguntaba: ¿cómo lo hace?, ¿para qué? Pagué, dirigiéndome después para la salida y de ahí para mi casa, era domingo, por lo general, este día, en el ministerio sólo hay guardia, —esperaré al lunes; sirve que preparo lo necesario para la denuncia.


Llegó el lunes; cogí los libros, aquéllos a los que les encontré páginas blancas y me fui al ministerio a presentar la denuncia, no podía permitir que esto continuara sucediendo, era preciso acabar con esta maldad antes que avanzara hasta destruir todos los libros. Ya con mi carga lista, salí para la calle decidido y con pasos largos, llegué pronto a la oficina del ministerio público, una casona de los años cincuenta pintada de blanco, en partes, en otras de verde, y con letras negras, sobre uno de los muros, decía “Agencia del Ministerio Público”. Primero pase, por una puerta de herrería vieja, a un jardín adaptado como sala de espera, las paredes de macopan2 pintado simulando muros de división, mostraban a la izquierda una entrada que supuse yo eran las oficinas, inmediatamente entrando a la izquierda, atrás de un muro de tabique de un metro de alto cubierto con triplay3 a manera de mostrador, estaban tres personas sentadas en los huecos que dos escritorios dejaban para las sillas, sin poderse parar cómodamente, contestó, una señora regordeta vestida con ropa ajustada y hablando con voz melosa, a mi pregunta, de donde podía presentar una denuncia de asalto, interrogando: —¿asalto?, por lo que conteste: —supongo que sí,

Respondiendo: —pues pase aste4 con el auxiliar tres del turno, él es quien maquina los asaltos.

Pregunté: — ¿dónde está?

Contestando los tres, detrás del mostrador, casi al coro — en la puerta tres a la derecha.

Dándoles las gracias me dirigí a lo que parecían puertas, ya que realmente, sólo eran los huecos en el muro, y al fondo un escritorio gris viejo y chorreado de tinta, sobre él una maquina de escribir de carro inmenso, de aquellas Olivetti negras, antigüedad de colección para mesita de centro poniéndole un vidrio encima, la señora detrás del escritorio era como de cincuenta años, morena, algo pasada de peso y de aspecto rudo ya que su rostro parecía haber sufrido un puñetazo, su seño fruncido; como si estuviera enojada, sus labios gruesos pintados de rojo púrpura se movían como si bailaran cha cha cha cuando masticaba el chicle que tenía dentro de la boca, sus ojos pintados, con rimel en las pestañas, parecía que estaba a punto de ir a una fiesta disfrazada de Cleopatra5, se paró rumbo a un archivero viejo que se encontraba en una esquina del pequeño cubículo, lo que me permitió ver su atuendo: vestido de dos piezas, ajustado, mostrando su trasero obeso y su abdomen abultado. Sacó una carpeta del archivero, después se sentó y mirándome como queriendo sonreír, al menos eso me pareció a mí, la mueca que hizo, me dijo: — pase, cual es su reclamo, denuncia o motivo,

le contesto: —quiero presentar una denuncia de asalto,

Sorprendida me interroga: — ¡¿asalto?! Que acaso usted vive en el campo, porque a leguas se ve que es citadino, los asaltos son en el campo, en despoblado,

bueno, lo mío más bien fue aquí en la ciudad, y realmente no se como deba nombrarse: a lo que quiero denunciar — le dije.

Me corrigió: — sí fue aquí en la ciudad y le quitaron algo, más bien podría ser robo,

Bueno más que uno son varios, le contesté

Haber explíqueseme pidió

Le expliqué lo sucedido, y a medio camino, me interrumpe: — mire, si lo que quiere es que le cambien y le den mercancía en buen estado, entonces debe ir a la Procuraduría del Consumidor,

Tiene usted razón le contesté, diciéndole a continuación: — sólo que ese no es mi reclamo, ya que el robo, no sólo se me hace a mí, sino que a todos los lectores,

Está bien repítame todo, y levantaremos una acta—, concluyó.

Le expliqué, todo lo sucedido con los libros, y también lo que vi en el centro comercial, ella escuchándome escribía con la enorme maquina en una inmensa hoja de papel lo que yo le explicaba, cuando terminé, me pregunta, como burlándose: — ¿se quedo picado cuando leía, he?—, y después siguió: — ¿quien denuncia? —, le digo: —yo.

Sigue: — ¿nombre, domicilio, todos sus generales?,

Se los digo, uno por uno, y vuelve a preguntar: — ¿a quien acusa?...

realmente no sé quien es, di por hecho que ustedes investigarían,

claro, dice: — entonces pondremos: “quien resulte responsable”.

Después de tres horas de preguntas, respuestas y maquinado, me dice: —tiene que traer, para completar el expediente, cinco copias fotostáticas del cuerpo del delito, mandar hacer un peritaje con un perito autorizado de los costos de lo perdido o robado, presentar dos testigos para que se les notifique su presentación cuando sea necesario que testifiquen el caso, dejar aquí en el escritorio para los chescos6, de manera que entre mejor sean los chescos más rápido se iniciaran las averiguaciones previas, también deberá presentar facturas o escrituras de la propiedad: en original y ocho copias. En un lapso de quince días recibirá notificación al domicilio que proporcionó.

Salí de la Agencia preocupado por el futuro de la lectura, pero con la esperanza de que nuestras autoridades pudieran resolver la situación.


Paso un año, desde la denuncia, y no se resolvió nada, cuando acudía al ministerio, sólo me decían: que estaban investigando, y que seguían integrando el expediente, no se de qué, porque ya les había entregado todo lo solicitado, incluso, di, hasta lo de los chescos, y bastante, con tal de que se resolviera el problema. Desde la demanda, más bien desde antes de la demanda, seguían saliendo los libros que compraba con el mismo problema.

En ocasión de una reunión, de gente partidaria de la lectura, comentamos el problema, algunos asombrados, ya que pensaban que sólo a ellos les había sucedido, nos dimos cuenta que el problema se había hecho general, un diputado, que se encontraba en la reunión haciendo proselitismo; no porqué fuera aficionado a la lectura. Se comprometió para llevar el problema al congreso.


El diputado Tinoco Blanco, que es como se llama el aludido, llevó el problema a la cámara, ya en la tribuna convenció a las bancadas: de que el problema atentaba contra la cultura, y que era apremiante la formación de una “fiscalía especial para la solución de los delitos en contra de la cultura”, también se formó: una comisión para la elaboración de leyes que sancionaran y condenaran estos delitos sugiriendo que se castigara con penas de treinta años para los que cometieran estos delitos y de sesenta para los reincidentes.


Después de otro año regresé al ministerio, regularmente hacía visitas pero ésta fue especial, para ver como iba mi caso, ahí me indicaron que lo habían turnado a la fiscalía especial. Pregunté donde eran las oficinas, y me dijeron que en un edificio nuevo que se encontraba cerca de la ciudad de los servicios, asegurándose de que yo entendiera, repitió: — ¡el nuevo! —. Me dirigí para ese lugar con la intención de enterarme como marchaba mi denuncia. Llegué a las oficinas indicadas, era un edificio de tres pisos, moderno, con ventanales de vidrios polarizados, puertas automáticas y circuito cerrado de televisión, con cámaras por fuera y por dentro del edificio, en las puertas, parados marcialmente, dos vigilantes: con uniforme gris acero, botas negras, chaleco antibalas; cada uno de ellos con rifle automático de los usados en la guerra de Vietnam. Me dirigí para la entrada, al acercarme a la puerta, ésta se abrió automáticamente al tiempo que una vos femenina, que salía de un altavoz, decía: —bien venido a las oficinas de la fiscalía especial para la solución de los delitos en contra de la cultura, por favor, siga caminando hasta el modulo de información, orientación y quejas donde lo atenderán. Hice lo indicado y camine sobre el mármol limpio a través de la frescura del aire acondicionado hacia el modulo; no pasó inadvertido el mobiliario moderno y nuevo. Al centro, de lo que podríamos llamar la antesala, se encontraba el modulo de orientación, información y quejas. No podría uno equivocarse ya que el letrero de aluminio anodizado7 con letras perforadas sobre el metal era lo suficiente visible; bajo el letrero, una dama vestida con mini falda justo arriba del medio muslo de unas piernas de modelo; se cubría apenas unos exuberantes senos con una blusa a las costillas; mostrando un ombligo perfecto sobre un plano y bien formado vientre. Después de satisfacer la retina, viendo lo que a través y sobre del mostrador de acrílico transparente se permitía observar, gracias a lo poco que cubría su atuendo, me acerqué lo más que pude, y le dije: oriénteme, hermosa dama, donde podrán informarme de una denuncia que hice... continué hablando explicando el motivo de mi visita.

Me contestó, llanamente: —no sé.

Insistí: —bueno, entonces quiero que me informe, ¿donde es la oficina donde podrían orientarme?,

Vuelve a contestarme con el mismo tono: —no sé.

Algo enfadado por dentro, y tratando de que ella no lo notara, sonriendo con una de mis mejores sonrisas, le digo: —entonces quiero quejarme de que en esta dependencia no me orientan ni me informan.

Me contestó diciendo: —mire señor, a mí, me dijo mi jefe que le sonriera a todos los que vinieran conmigo, pero que no dijera nada de lo que no supiera, ¿sabe porque no le digo nada?,

Le digo: — ¡no!,

Continúa ella: —Porque no se nada, y por favor, ya deje de molestarme porque me abruma.


Dándome cuenta, que el modulo, sólo era un decorado le doy una mirada nuevamente para disfrutar el adorno y opto por retirarme desilusionado, una vez fuera del edificio volteo a darle la última mirada desde ahí y observo sobre la fachada, con letras de bronce como de medio metro de grandes, que escrito decían: “FISCALÍA ESPECIAL PARA LA SOLUCIÓN DE LOS DELITOS EN CONTRA DE LA CULTURA”, también noté que en el inmenso estacionamiento frente al edificio estaban acomodados vehículos último modelo, de esas marcas, que sólo los médicos y los funcionarios de primer nivel pueden adquirir.


Ya habían pasado cinco años desde aquella vez que vi al señor en el centro comercial, muchas veces intente acelerar el proceso de la demanda, acudí a los amigos que pensé que podrían ayudarme, sin encontrar respuesta. Seguían saliendo libros con hojas blancas, incluso los que se imprimían en papel de color, las páginas a las que les faltaban los textos estaban blancas; como para burlarse de uno. Existían, al menos de lo que yo leía, algunas publicaciones que no sufrían esta vejación, eran: los periódicos y las revistas, así que ese día decidí leer una revista de circulación semanal que divulga los temas nacionales e internacionales de mayor interés, no acostumbro empezar leyendo el índice del contenido sino que me voy directo a la nota principal de la portada: trataba sobre de como los diputados y funcionarios de gobierno explicaban a detalle porqué era tan importante que se subieran el sueldo, a pesar que la mayoría de la población tenía salarios miserable, diciendo, que ellos se esforzaban y tenían la capacidad para mejorar la condición de los más pobres y que sino se les pagaba mejor, muchos de ellos se irían al extranjero donde sí se los pagaban, dejándonos desprotegidos para solucionar los grandes problemas de México. — ¡Huy que miedo!, mira como tiemblo, — Me dije, imitando aquel eslogan publicitario.


Terminé de leer el artículo y me fui a consultar, ahora sí, el índice; para escoger otro artículo interesante, cual sería mi sorpresa al ver que estaba un artículo que decía: “Al Fin Resolvieron El Enigma De Las Páginas Borradas”. Se me traspapelaba el artículo, me pasaba y me regresaba de hojas buscándolo, hasta que me calmé y regrese al índice a ver la página, vi, la número veintiocho, empiezo a buscar, ¡no hay veintiocho!, ¡pero sí hay veintinueve!, regreso, y veo que la anterior a la veintinueve es una inserción publicitaria, donde por lo común no ponen el número de página, respiro hondo, de alivio de saber que no era otro problema de borrado, regreso a la veintinueve, y, ¡ahí está el articulo! “Al Fin Resolvieron El Enigma De Las Páginas Borradas” por Angely Treek. Inicio emocionado la lectura, al fin sabré que sucedió con las páginas en blanco y quien es el que lo hace. Me dirijo a sentarme al sofá para leerlo con toda calma, antes, me muevo a la cantinita que adapté en uno de los jugueteros de la columnas y me preparo, en un vaso corto, con hielo, al que le coloco una cascarita de limón verde, luego le exprimo medio limón de esos sin semilla que son mas olorosos, agregando posteriormente Zinzano rojo hasta ver flotar los hielos, una bebida estimulante. Con mi vaso en una mano y la revista en la otra regreso al sofá donde me acomodo cogiendo uno de los cojines que mi esposa pone de adorno pero yo uso para proteger mi espalda, poniéndolos a la altura de las vértebras lumbares, luego extiendo mi brazo buscando el encendedor de la lámpara, la enciendo, ahora sí veremos que dice esta Angely Treek, leo: El problema que se suscitó hace unos años y que se recrudeció a partir de la denuncia judicial que efectuó un lector. Que la misma logró que otras personas al darse cuenta del problema procedieran a unírsele formando grupos de lectores inconformes, que aunque no eran una mayoría sí se hacían notar, al exigir una solución al fenómeno a través de...



¡oye Serapio, te trajeron un papel del ministerio público!

disculpa Elodia no te escuche ¿que fue lo que dijiste?

Qué te trajeron unos papeles, al parecer dijeron eran del ministerio público.

Gracias, ¿donde están?

Los puse sobre la mesita del florero.

bien, horita los reviso.

¿Quien dices que los trajo?

no dije, pero fue un policía ministerial

¿no dijo algo?

nada, solamente tocó y preguntó por ti, dijo tu nombre completo, le dije que no estabas, y me preguntó que quien era yo, le contesté que tu esposa, entonces me dijo que yo recibiera los papeles y que le firmara de recibido en una carpeta que traía.

bien. Muchas gracias.

A ver, aquí no, aquí... ya ¡lo encontré!

Regresa a su lectura.

A ver, donde me quede, a sí, aquí; donde dice: — al exigir una 

__ 

(Página faltante)

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Se tardaron para resolver el caso, como dice el artículo, pero parece ser que al fin lograron descubrir quien y porqué lo hacía, ahora sólo espero que en los próximos libros que compre ya no suceda. Tan pronto se publique un libro nuevo lo adquiero, — ¡me muero por leer uno entero!8

Enero del 2007-01-31

Edgar Pavía Miller.

1 Personaje de la revolución mexicana a quien se le achaca aquello de “que la tierra es para quien la trabaja”.

2 Tableros de aglomerado de madera, probablemente sea una marca pero así he visto escrito en las mueblerías que le llaman a este material.

3 Madera fabricada con tres capas de chapa de madera, aunque ahora también así le llaman no obstante tenga más capas.

4 Supongo que quiso decir usted.

5 Cleopatra VII, reina egipcia célebre por su belleza.

6 Manera en caló para referirse a los refrescos, o a la propina.

7 Proceso electrolítico con el que se le crea una capa protectora a los perfiles de aluminio

8 En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere.; Julio Cortázar: Historias de cronopios y de famas. Extraído de “El Libro de la Imaginación”; Edmundo Valades.

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