sábado, 2 de abril de 2022

TRAGEDIA.

 


Sentado en la sala del pequeño departamento que había rentado en la periferia de Acapulco, Toño veía el noticiero de la noche, en uno de los canales de la televisora monopolizadora de México. En el noticiero como de costumbre, en estos últimos años, mostraban cuan peligroso podía ser Acapulco, a pesar del tiempo que ya había pasado desde lo del huracán “Paulina”; seguían hablando de los riesgos que tenía el puerto con las lluvias. Preocupado, Toño, decidió que era necesario que él junto con sus dos hijos, una pequeña niña de siete años y un hombrecito de diez años, se fueran de Acapulco para vivir en un lugar más seguro, él trabajaba en una oficina del gobierno del estado y a través del sindicato logró que lo transfirieran a la capital; o sea, Chilpancingo.


Toño consiguió prestado un pequeño camión de tres toneladas donde subió todas sus pertenencias, también a su familia. Avanzando rumbo a la capital tomo la carretera libre. Ya antes, él, había ido a esa ciudad para buscar en donde vivir, consiguiendo una pequeña casa rentada, en una de las colonias de la periferia de la ciudad. Como se mudo en las vacaciones escolares, sus niños no perderían clases con el cambio, además debido a las pocas distracciones en la Capital, consideró, que sus hijos atenderían mejor los estudios.

El ya sabía que en Chilpancingo, por las colonias periféricas también existía delincuencia, sin embargo, para él, los peligros de Acapulco eran muy por encima de los pequeños problemas de la ciudad escogida, consideró que para estar seguro en las noches aquí en Chilpancingo con un arma de fuego lo lograría. Tenía Toño un primo en la policía estatal, quien le dijo, que él le podía vender una escopeta en dos mil pesos, que le diera quinientos pesos primero y que luego le pagara como pudiera lo demás. Así lo hizo Toño, y le dio los quinientos pesos, Alejandro, que era como se llamaba el primo, le entregó una escopeta, que por lo vieja no se le veía ni marca, sin embargo en la noche la probó, con uno de los diez cartuchos que le entregó su primo a cambio de otros cien pesos, comprobándose que aunque vieja funcionaba correctamente, Toño la cargó y la guardó arriba del ropero, no se dio cuenta que su niño lo estuvo mirando durante el tiempo que él la probó y la guardó.


Pasaron los días, luego los meses y ya tenían dos años que había dejado Acapulco, sin haber tenido ninguna tentativa de peligro, los niños asistían a la escuela, y como lo previó, cada día mejoraban sus calificaciones, sobretodo porque en la periferia donde vivía no se veía la televisión libre, y para el cable o la de satélite no alcanzaba su presupuesto, debido a su salario de cinco mil pesos mensuales, de los cuales dos mil se le iban en la renta de la casita. Aunque su señora para mejorar el ingreso vendía productos dietéticos, apenas salían con los gastos de la casa. El gas, las pipas de agua, y la luz; cada día subían, mermando considerablemente su ingreso. Sin embargo el sentirse seguros y mirar que sus hijos prosperaban en la escuela les daba alientos para seguir luchando.


Un día en que decidieron aceptar asistir a una fiesta de boda a la que habían sido invitados, por el jefe de Toño, tuvieron que dejar solos a sus dos hijos, ya el niño tenía doce años, el papá les dijo antes de partir: se van a quedar solos mientras vamos a la fiesta, no se salgan ni le habrán a nadie, acuéstense temprano y apaguen todas las luces.

El niño muy consiente de su responsabilidad le dijo al papá: sí papá yo cuido a mi hermanita.

Confiados, los padres, se fueron a la fiesta. Serían por ahí de la una de la mañana cuando uno de los vecinos los fue a buscar, llevándoles la mala noticia de que en su casa había sucedido algo trágico, el vecino por sentimiento no quiso platicar todo lo sucedido y sólo les dijo que la niña había sufrido un accidente y se la había llevado la cruz roja. Todo compungido y alterado, el matrimonio, salió de la fiesta, incluso, sin despedirse. El vecino se acomidió para llevarlos, en su auto viejo, a la cruz roja; para ver como estaba la hija de Toño. La agonía, del matrimonio, fue mayor al llegar y enterarse que la niña había muerto por disparo de arma de fuego, y que a su hijo lo tenían detenido en el ministerio público como culpable, la madre se derrumbó en un mar de llanto, poniéndose pálida y posteriormente desmayándose, los mismos paramédicos la atendieron; ya repuesta, uno de ellos, les comunicó todo lo sucedido, que fue lo siguiente:


Resulta que estando los dos niños en la casa, un burro que andaba suelto por el lugar llego a la casa de Toño, golpeando con la cabeza la ventana del cuarto de los niños quienes aunque acostados como les habían indicado sus padres seguían despiertos, el mayor, Juan, al ver que su hermanita se sentía muy asustada, le dijo que él sabía donde su papá guardaba un rifle, que fuera con él para bajarlo del ropero, se dirigió la niña, Lupita, con Juanito hasta el cuarto de sus papás, utilizando una silla Juan alcanzó el rifle quien al intentarlo bajar no calculó bien el peso y se le resbaló hasta el piso disparándose y dándole de lleno en el pecho a Lupita. Juanito al ver lo sucedido se fue corriendo a la puerta de salida, siguió corriendo a la casa más próxima, donde por casualidad le abrieron, les dijo lo sucedido llorando. El vecino, fue el que se encargó de llamar a la cruz roja y los de la cruz roja al ministerio público, al enterarse de que la herida era de arma de fuego.


Toño optó por ir con su primo Alejandro, para ver sí él le podría ayudar para sacar a su hijo del ministerio público; rogándole a su vecino Isidro que lo llevara en su auto, quien apesadumbrado por lo sucedido aceptó de muy buena manera, sin embargo no fue posible lo planeado, primero: porque Alejandro estaba en comisión, luego fueron al ministerio público y les dijo el auxiliar que no podían liberar al niño hasta que se “desahogaran la pruebas”, que incluso no iban a poder entrar a su casa hasta el día siguiente, para que se hicieran las “averiguaciones previas”. Isidro que le dice a Toño: mire vamos a esperar que sean las seis de la mañana y vamos a casa del Licenciado Cipriano, ahí trabaja de sirvienta mi mujer, y él, es subprocurador: es buena onda seguro que le va ayudar; así lo hicieron, y antes de las siete ya Toño estaba en su casa velando a su niña y Juanito en su cuarto llorándola. Lo anterior fue posible debido a que el licenciado aparte de intervenir para que liberaran el asunto, también le dio un dinerito para el sepelio.

Se efectuó el entierro y tres días después se presento, en casa de Toño, su primo Alejandro para pedirle algo de dinero de lo que le debía de la escopeta, Toño le platicó lo sucedido y le dijo: la escopeta se la quedaron los del ministerio, que según como evidencia, inmediatamente el primo que contesta: qué evidencia, ni qué evidencia, te la robaron esos pínches ladrones. Toño sólo le contestó: a mí eso ya no me importa, la escopeta sólo sería un mal recuerdo, pero tan pronto consiga algo de dinero te lo daré.

El primo le contestó: no te preocupes primo, faltaba más, ya no me pagues pues, mejor ocupa el dinero para algo más necesario.

Terminando de hablar que se va con rumbo al ministerio público, ya estando en el lugar que le pregunta al vigilante en turno: ¿quien estaba de auxiliar cuando pasó lo de la niña?,

Le contestó: el Lic. Aparicio, que le dice: gracias compa, y que se mete para buscarlo, que lo encuentra saliendo del baño, que lo coge del pescuezo y que le dice: me das la escopeta o te reviento el pescuezo, apenas pudiendo sacar palabras que dice: calma Alex, horita te la doy, sino es para tanto, nomás me hubieras dicho que era tu primo, y ya.

Salió Alejandro del ministerio público con la escopeta y se dirigió a vendérsela a otra persona, después de venderla regresó con su primo y le dio la mitad del dinero que le pagaron por ella, sabía que no reviviría a la niña pero que el dinero podría mejorar la situación de su primo. Al menos así lo pensó él.


Después de estos días, Juanito, despertaba todas las noches gritando y llorando, bañado en sudor y en sus gritos decía: no manita, yo no te mate, yo no te mate manita, sus papás despertaban y corrían a verlo y tranquilizarlo; sin embargo después durante toda la noche no volvía a dormir, en la escuela perdía la concentración y su rendimiento escolar estaba bajando.

Cuando la mamá de Juanito le platicó a la vecina, ésta se lo dijo al licenciado Cipriano quien consiguió que un psicólogo del DIF atendiera a Juanito, sin embargo aunque dormía mejor, esporádicamente seguía teniendo las pesadillas y Juanito estaba perdiendo la coherencia.


Un día en el que Toño regresaba del trabajo y que su esposa había salido para entregar algunos productos de los que vendía, se encontró a Juanito colgado del techo, muerto ahorcado; en el suelo: un papel donde estaban dibujadas dos figuras una de un niño y otra de una niña cogidos ambos de la mano, y una leyenda que decía: No quiero que se culpe a nadie de mi muerte, lo hice así porque así lo quiso mi hermanita, con quien ahora estoy.




Ésta es parte de la triste historia, de aquél, que huyendo del mal; fue a su encuentro.

Enero del 2007

Edgar Pavía Miller

No hay comentarios:

Publicar un comentario