jueves, 28 de abril de 2022

MAL.

 

¡Hijo! Llévame al hospital.

¿Que te pasa?, ¿que te sucede?, ¿te sientes mal?

Muy mal, quiero zurrar y no me sale, ya hasta me siento débil de tanto pujar. Tengo un tapón que no me permite ni sentarme; como si tuviera un palo metido.

Bien, permíteme traer el auto para acompañarte.

Me voy contigo.

Bueno vamos.

Los dos se encaminaron rumbo al auto que estaba solamente a unas cuadras del departamento donde vive Salma.

Salma es una viejita de 86 años madre de cinco: muy sana; según el último médico que la auscultó; de altura media y complexión delgada, con un poco de gordura acumulada por la edad, pero de apariencia correosa y fuerte; con mirada profunda y retadora pero que en su entrecejo deja ver el temor que le tiene a la muerte; autosuficiente; con glaucoma, pero aún ve bastante bien; un poco sorda, pero con sus aparatos oye a la perfección, mañosamente, sólo lo que quiere; aprovechándose de su deficiencia; camina erguida, aunque por la edad ligeramente encorvada del cuello, pero con pasos firmes y seguros.

Bajaron con prontitud los escalones del departamento que se encontraba en la planta alta, de un edificio del centro de la ciudad. Una ligera lluvia, brevemente, hizo dudar a Salma de seguir su propósito, el cual mantuvo al ver la mirada de su hijo Édel, quien con seriedad le dijo, al ver que Salma dudaba:

bueno, pues, ¿te sientes mal o no?.

A lo que contestó:

¡sí! pero no quiero que me de una pulmonía.

Espera te traeré el paraguas para que no te mojes.

Regresó Édel hacia dentro por el paraguas y continuaron rumbo al auto.

Una vez en el auto se inició la marcha para ir a uno de los mejores hospitales de la ciudad. Cuando Salma lo supo, volvió a dudar diciendo:

pero Édel, ¿no nos irán a cobrar mucho?.

Ya sabes que los médicos siempre se mandan, pero tú eres la que te sientes mal, no yo, así es que decídete de una buena ves, ¿vamos o nos regresamos?

¡No!, vamos, no vez que ni sentarme puedo, vengo sufriendo ahorita mismo aquí encogida porque ni siquiera consigo apoyarme en mi trasero.

Édel es el segundo de los hijos. Es un individuo de 59 años que está al pendiente de su madre desde que su padre murió; no tan al pendiente, porque realmente ella vive sola, pero Édel tiene su negocio en el mismo edificio donde vive Salma. Se la lleva a comer a su casa y meriendan en la de ella. Édel tiene un carácter difícil; según las personas con las que trata, sobre todo, con aquellas que no lo conocen; porque no se sabe si está molesto o jugando con las palabras. Su gesto es semejante al de Salma pero en un hombre se nota más severo, por lo que muchos piensan que está enojado; lo esté o no. El sabe esto y se aprovecha para sacar ventaja cuando la ocasión lo amerita.


Salma y Édel siguen su marcha rumbo al hospital. Ya en la zona de hospitales sufren un rato para conseguir lugar donde estacionarse, no existen estacionamientos, ¡ahí! grita Salma al ver un auto que sale del espacio, Édel se empareja y luego se estaciona.

Bajan del auto los dos: Édel acude al lado de la madre y le ayuda a caminar al hospital, Salma empieza a dudar nuevamente pero su molestia la obliga a callar; entran dirigiéndose al área de consultas.

Gastroenterólogo Francisco Del Colón Torcido”. Es lo que dice el letrero que está al lado de la puerta que se encuentra junto a un escritorio; donde una bella niña como de 18 años nos interpela:

¿vienen con el gastroenterólogo?

¡no! Vengo con mi mamá, que desea la atienda el gastroenterólogo porque se siente mal.

¡muy mal!, agrega Salma.

pasen, tienen suerte, el doctor no tiene ningún paciente en este momento.

¿cuanto cuesta la consulta?, interrumpe Salma.

Ochocientos pesos— contesta la chica —es especialista— afirma.

¡con razón no tienen pacientes! —Le Dice Salma, entre dientes, a Édel. —En todo el mes no he vendido eso en el Anticuario.


Caminan hacia la puerta, la cual abre la muchacha. Del otro lado: un pequeño cuarto con la pared al frente llena de cuadros con diplomas, al lado izquierdo una mesa de auscultación, una báscula, un librero y un botiquín; también algunos adornos alusivos a la profesión, en la pared de la puerta una gran foto de un metro de largo de la generación del médico, en el escritorio al lado derecho de la puerta una laptop, la manzanita mordida en la tapa, encendida. Viendo la pantalla el médico, al parecer, observa cuidadosamente un ultrasonido, que se refleja en la vitrina detrás del escritorio, probablemente de alguno de sus pacientes.

Buenas tardes— dice, preguntando después — ¿quien es el enfermo?

Señala Édel a su madre y se sienta en una de las sillas que se encuentran en la pared frente al escritorio. El médico le señala la mesa de auscultación a la madre, pidiéndole que se siente en ella. Procede a tomarle la presión, mientras salma le dice:

Yo siempre tengo la presión normal, no creo que sea necesario checármela.

El doctor como que no oye sigue con su rutina, le mete un termómetro en la boca para evitar que siga hablando, pienso yo, o probablemente para confirmar la temperatura del cuerpo:

Bien… como de niña — dice, el médico, después de ver la presión a la vez que coge el termómetro y nuevamente habla:

Nada, la temperatura normal. — Se lleva un extremo de su estetoscopio a los oídos y con el otro empieza a hurgar en la espalda de Salma. Mientras, ella, vuelve hablar, ahora para decir:

Bueno doctor que me busca, ni siquiera le he dicho para qué vine.

Bien, dígame mientras la ausculto.

Mire, yo vine aquí porque no puedo cagar, además usted me sentó y me está doliendo mi trasero por toda la mierda que ya se me apretujo en el fondillo, vine para que me cure eso.

El médico termina con el estetoscopio y le dice:

Acuéstese para que esté más cómoda, voy a revisarla del abdomen.

Salma se acuesta, al momento le sale un pedo cuando el doctor empieza a moverle la panza de un lado a otro, luego poniendo la mano sobre el abdomen dándole golpecitos con la otra, Salma vuelve hablar, mire doctor si hubiera querido una sobada me habría ido con la bruja de Zumpango que lo hace mejor que usted y por cien pesos, usted nada más me está sacando los pedos. Cálmese la estaba revisando para evaluar su estado general. Ya acabé, la vamos a internar para operarla, tiene usted un problema muy delicado y sólo una intervención quirúrgica de emergencia la salva, de no hacerla… amanecerá muerta. Le voy hablar a los enfermeros para que vengan a prepararla para la cirugía, relájese y recuerde que no podría estar en mejores manos.

Tómese estas pastillitas mientras vienen por usted y yo me aseó para intervenirla. Afuera del consultorio está un garrafón con agua para que se tome las pastillas, salgan, nos vemos después.

Édel preocupado, interroga al doctor, ¿pero qué tiene? ¿por qué la rapidez? ¿qué no son necesarios los análisis?

Tranquilice a su mamita, usted no pregunte, su madre está en muy buenas manos ya le dije, los análisis aquí mismo se los harán. Vaya a la recepción para que la registren y firme usted unos documentos necesarios para que podamos intervenirla, ¡apúrele! recuerde que esto es de urgencia, cada minuto que pase sin operar es un minuto menos en la vida de su madre y un paso hacia la muerte.

Blanco de preocupación, nervioso, sin poder hacer gran cosa; además, desconfiando de la celeridad del médico para intervenir a su madre se aproxima a ella para comentar el asunto. Cuando llega a su lado, ella le dice: ¡que buen médico he! nomás me dijo que me iba a operar y que se me revuelve el estomago, ya me estoy cagando, búscame el baño porque sino voy a embarrar todo el hospital; y quien sabe cuanto nos quieran cobrar por limpiarlo. Édel le señala el acceso al escusado a unos pasos rumbo a la recepción, Salma se dirige casi corriendo al escusado del hospital, ya mero le gana, todavía se tuvo que entretener porque le cobran al entrar, ya acomodada hace una cagada de antología, sale del baño y se dirige a Édel preguntándole si ya pagó la consulta, él le contesta afirmativamente y ambos salen del hospital con una sonrisa de oreja a oreja, todavía en el último escalón Salma se hecha un pedo prolongado y sonoro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario