Jugando a filosofar, recuerdo
a mi amigo Luis, que en una ocasión llegó con la onda de que la vida era un
hoyito, Luego argumentaba que eso era
porque comemos por un hoyito,
respiramos por hoyitos, vemos por hoyitos, nacemos por un hoyito y así
continuaba diciendo todo lo que éramos gracias a los hoyitos.
Recordándolo y también
haciendo analogía con un viejo juego, me doy cuenta que a las personas las
tienen, los que gobiernan, sujetas por dos hoyitos con un hilo y luego, jugando
con ellas, las traen dando giros en su vida. Digamos que los dos hoyitos son
por donde comemos y por los que nos
reproducimos. Y que por buscar para comer y reproducirnos, dos necesidades
básicas, existen otros por ahí que se aprovechan para someternos. Por lo que
luego andamos dado giros para uno y otro lado como rayuelas.
No se si ustedes conozcan esto
de la rayuela, pues bien aquí en México
este nombre se le da básicamente a dos juegos: uno que lo practicaban
principalmente los niños de mi época y otro que es muy concurrido en las
pulquerías, no sé si se siga practicando[1].
Les platicaré como se jugaba a
la rayuela en mi colonia. Ya creo haberles conversado que en ella vivíamos
muchos niños, de todas las edades, desde los recién nacido hasta aquellos que
ya no lo eran tanto, pues también lo que teníamos de sobra y por lo que éramos
millonarios fue el tiempo, así que para divertirnos; aprovechando la llegada de
los refrescos embotellados al lugar, los cuales poco bebíamos, pero si acudíamos
a los refris de la miscelánea por las corcholatas, no se si sepan pero los
refris eran unas cajas con tapadera por arriba donde dentro se ponían las
botellas de los refrescos y después le agregaban hielo picado. En uno de los
lados tenía el destapador e inmediatamente por debajo un deposito para las corcholata
o fichas, como algunos también les decían, el deposito no siempre era
suficiente así que le ponían una cajita o lata grande más abajo para que no se regaran
por todo el piso.
Nosotros teníamos un gran
placer en irle a quietar la basura al de la miscelánea, ya que íbamos a recoger
todas las corcholatas con las que hacíamos
multitud de juegos, pero hoy le toca el turno al de la rayuela.
Pues bien, para jugar a la rayuela
se necesitaba básicamente una corcholata, un trozo de hilo de aproximadamente
un metro; un clavo, de los que aquí, en la colonia, donde quiera había tirados,
debido a que los constructores (albañiles) por doquiera los tiraban y una buena
piedra como martillo; había algunos que tenían martillo, lo que daba ventaja.
Una vez que juntabas el material,
lo siguiente era ir a donde había banqueta de cemento o una piedra lo
suficiente grande y plana donde se comenzaba a aplanar la corcholata, era toda
una ciencia aplanarla sin dejar arrugas o pliegues, además sin que se
cuarteara.
Ya plana la corcholata la
siguiente parte era hacerle dos agujeros con el clavo y la piedra, lo más cerca
del centro, para lograrlo utilizábamos los astros como referencia, utilizando
triangulación cósmica, sujetando con el dedo índice y el pulgar precisábamos el
mejor lugar para los dos orificios, ¿los apantallé? Para que vean que los
juegos de antes eran tan complicados como los de la red. Una vez con sus dos
orificios, la corcholata, que ya en este momento empezaba a llamarse rayuela, se
le ensartaba por un orificio la punta de la cuerda y después se pasaba por el
otro y se anudaba, tenía que ser un nudo ciego para evitar una catástrofe. De
esta manera queda terminada la rayuela en su versión segura, pero nosotros llevábamos
el juego a su nivel extremo, ¿que tal? Que les parece, niños de menos de doce años
en deportes extremos, pues así era.
Aquí inicia la parte extrema,
cada quien como podía intentaba mejorar su rayuela.
Les explicaré en que consistía
el juego. Pues bien, la rayuela debería quedar en medio del tramo de hilo el bucle
de un extremo del hilo en el dedo medio de la mano derecha y el otro en el de
la mano izquierda. Luego, sin estirar el hilo se hacia girar la rayuela para
que este se enredara. Una vez que lográbamos esto, se extendía con las manos y
se aflojaba de manera rítmica lo que hacía que la rayuela girara rápidamente,
entre mejor era el ritmo mayor era la velocidad. La rayuela bien hecha zumbaba, cuando quedaba
muy bien, a veces, ni queríamos pelear, preferíamos solamente bailarla, que era como se decía cuando giraba.
El juego era entre parejas;
así, hasta que quedara uno con su rayuela sin daño, quien terminaba siendo el
vencedor. Para eliminarse uno se enfrentaba a otro por parejas, ambos con sus
rayuelas girando y chocándola contra la de su oponente, intentando cortar el
hilo, el que lo lograba ganaba y seguía contra otro de los vencedores; así,
hasta que quedara uno solo; el ganador.
Regresando a lo extremo, pues
bien cada quien de acuerdo a sus habilidades afilaba la rayuela. Las banquetas
de cemento eran buena herramienta para esto, así como algunas piedras, Héctor
aprovechando que su padrino tenía esmeril, le encargaba el afilado; logrando
las más filosas. Otros para soportar los choques del filo con el hilo le
untaban cera de Campeche, haciéndolo algo más resistentes. Los más abusados se iban
a la gasolinera: algo más retirada que la miscelánea; aprovechando que el aceite
de los autos venían en frascos de vidrio con corcholata, pero ésta era unas tres veces
mayor que la de los refrescos, resultaba su rayuela enorme, siendo muy
eficientes para cortarle el hilo a los demás.
Eran unas magníficas batallas,
nos divertíamos de lo lindo, más haciéndolas que jugando, era impresionante
como salían volando cuando se cortaba el hilo o se rompía por la misma fricción,
por lo rápido que las hacíamos girar, recuerdo que el hilo lo sacábamos de los
bultos de alimento que vendían para los animales.
¿Qué si nos cortábamos? Claro que sí, también nos raspábamos cuando
nos caíamos, nos machucábamos los dedos con la piedra martillo, nos descalabrábamos,
algunos se rompían un hueso, pero eso sólo hacía más divertida nuestra
infancia, nunca hubo muertos atropellados por autos, casi no había vehículos,
cuando llegaba a pasar uno por la calle de la colonia lo apedreábamos.
Curiosamente, casi todos los cuates aún viven. Me
da mucho gusto.
En mi rancho les llamaban 'zumbadores'...lindos tiempos los de entonces....pero mas lindos ahora...we have those beautiful memories but now we get the opportunity to make new ones.
ResponderEliminarSí, desde luego, ahora un niño con solo subirse a un auto ya practica deportes extremos, quienes sobrevivan, tendrán mágnificas historias que contar.
ResponderEliminarCan you imagine how populated the world would be otherwise?
ResponderEliminarJ/K.....I understand your point. : )
like:D
Eliminarke memoria mi Edgar! lo digo por las afiladas en el esmeril de mi padrino te acordaste, eres un genio; no aprovechado digo yo jajaja
ResponderEliminarSaludos Hector, gracias.
EliminarEn Arequipa Perú le llamamos "Riu-riu"
ResponderEliminarProbablemente por el ruido que hace.
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