martes, 25 de septiembre de 2012

Caminata con sinfonía.




Me gusta la lluvia, porque su sonido es como una sinfonía, inicia con un adagio suave, continua en presto hasta el éxtasis de menuett y trío con los truenos; y después, decae con el allegro molto del murmullo de los arroyos que formó.
Después los aplausos y las hurras de quienes supieron disfrutar esta melodía gratuita y benefactora. Seguido, de luces que iluminan el paisaje mojado de colores brillantes que resaltan gracias a la humedad. El aroma fresco y limpio de la hierba y del suelo, que recuerdan aquellos tiempos en que no existía smog, acompañan el silencio del final de la sinfonía.
Camino sobre la avenida húmeda, algo obscura aún por el cielo nublado que no permite a la aurora mostrar su cara, algunas luminarias fundidas le dan ánimo a la penumbra, mis pasos suenan al andar, debido al impacto sobre el concreto de las botas que porto. La resonancia producida, gracias a la escasez de individuos en una de las arterias que fue la principal; hace no muchos años, se oye como inicio de una película de terror.
Ayuntamiento Chilpancingo.
 En la plaza, el médico Jorge, sentado, solitario en una banca húmeda a consecuencia de la sinfonía del temporal, espera a los caminantes, llego y junto a él esperamos a los demás. Al fin, después de algunos minutos Bolívar se vislumbra a lo lejos en los límites de la plaza Primer Congreso de Anáhuac, ya con algo de luz del amanecer, al comprender que no habrá más compañía, fue que partimos los tres. Suficientes para una caminata al lugar acostumbrado donde nos espera un almuerzo típico. Ahora, al parecer, no habrá música ni canciones, debido a la ausencia de Horacio, Tulio y Francisco; pero las charlas no se hacen esperar y como rosario continúan desde el centro de Chilpancingo hasta a el santuario acostumbrado donde hacemos el bodegón de viandas: un medio litro de mezcal de la chicotona y un cuarto de queso de Zumpango; con limones y sal hacen el justo entremés para el descanso temporal  mientras disfrutábamos el magnífico paisaje de ese lugar, después continuamos hasta algunos pasos adelante de Amojileca donde nos dirigimos a la pozolería de Domingo, en donde almorzamos un rico pozole acompañados de quelites de la región y amenizados con la charla campirana del anfitrión. Unos chilangos perdidos en la sierra madre en busca del mejor mezcal de Guerrero nos acompañaron ese momento, con anécdotas y bromas.
Santuario de los caminates.

Después regresamos al pueblo y en la diligencia motorizada volvimos a Chilpancingo, en donde el compañero Jorge nos invitó a su casa; aunque Bolívar tenía prisa, no quisimos desairar la invitación; y que bueno, porque pasamos una tarde memorable en compañía de la madre del Médico, quien platicándonos del viejo Chilpancingo trajo a mi memoria lugares que  se habían borrado temporalmente, también nos deleitó cantando preciosamente unas hermosas melodías de su juventud, mientras nosotros aprovechamos para engullirnos unos espíritus del caminante Ingles, para estar a tono con el ambiente de este momento bohemio y con el nombre de nuestro grupo.
No queriendo despilfarrar tanta memoria y buenos momentos optamos por disipar la reunión y partir cada quien a su cueva familiar, dejando algo para subsecuentes ocasiones.   

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