" Artemis " 24" x 36" oil on panel © 2007 Donato Giancola private collection |
_¿Mamá
no tienes una escoba vieja que no te sirva?
_¿Qué quieres?
_Una escoba.
_¿Ahora tú, vas a barrer?
_No, ¡ah! qué estoy jugando,
quiero el palo de una escoba.
_Deja ver.
Suspende la mamá lo que hace,
caminando fastidiada, va a donde están las escobas y encuentra una ya gastada e
inútil; mira, aquí tienes, ahora ya vete a seguir jugando para que yo pueda
terminar de hacer la comida.
No mamá, pero de éstas no
quiero; de las de otate, ¿qué no sabes?
De esas de otate no tengo yo
no compro escobas de esas.
Se voltea Pepe y regresa con
sus cuates para decirles que no consiguió el palo, se mueven todos y así de
casa en casa hasta que cada quien consigue su palo de otate, ya con él, van por
el viejo machete y empiezan a partir los otates, el proceso: aunque parece sencillo,
para los chamacos de diez años, se vuelve una hazaña monumental, más si consideramos
que el machete mohoso ni filo tenía, pero eso no fue suficiente freno para que
los jóvenes entusiasmados iniciaran a construir su arco.
Pararon el otate, que no era
otra cosa que un palo como de un metro veinte centímetros de largo y dos
centímetros de diámetro, de un tipo de carrizo duro y flexible como el bambú
pero no es hueco como el tallo de esa
gramínea tan útil, éste es sólido con el
brillo de la superficie y los nudos característicos de esté tipo de plantas,
posteriormente le pusieron el machete tanteando partirlo a la mitad, ya puesto en
posición, con una piedra iniciaron a golpear, lo que ocasionó que el otate se
rajara a lo largo dejando dos piezas una de mayor grueso que la otra la cual se
escogió para el arco; así, todos le siguieron al primero con la misma técnica
hasta que cada quien tuvo su pedazo.
Después empezaron hacerle unos
surcos en cada extremo, a la mitad que escogieron, a manera de canal de
retención para la cuerda del arco, con los hilos de los costales de alimento
del ganado que previamente habían obtenido en la Hacienda, trenzaron varios
hilos y con cera de Campeche lo untaron para darle mayor fortaleza, de esa
manera fueron cada uno haciendo la cuerda para su arco.
Poner la cuerda fue algo que ninguno
pudo en ese momento, sólo se miraron unos a otros, ya que requería de mucha
fuerza para poder doblar el palo y que la cuerda quedara tensada. Así que decidieron
pedir ayuda a una persona adulta, quien lo hizo, con suerte de que vieron la
técnica y después ellos mismo lo concibieron. Más
vale maña que fuerza, el arco sirve de palanca para doblarse así mismo con
ayuda de un pie y la rodilla de la pierna contraria. Bien, ya estaban los
arcos.
Sí, ¿y que vamos a
tirar? dijo uno de ellos, no tenemos flechas. Pues con los pedazos de otate
sobrante y el viejo machete empezaron hacer flechas, a éstas se les amarraba
una pluma de gallina de un lado y se le doblaba, sobre el otate, una corcholata
en el otro extremo, se le hacía una pequeña rajadita del lado de la pluma para
meter la cuerda; y ahora sí, a tirar con los arcos. Caramba que día, se
cansaron de tirar flechas y después ir a recogerla, a todo lo que se movía le
tiraban con pésima puntería pero como se divertían, proponían concursos para
ver quien la mandaba más alto. Entre bromas, gritos y carreras anocheció.
Después llegando, al día siguiente, de la escuela, a seguirle hasta que se
gastaron los arcos y los ánimos después se invento otro juego, así pasaban los
años de infancia.
Aquí en
Chilpancingo y sus alrededores, este material el otate se utilizaba para
construcciones típicas de bajareque, camas, guacales, bastones y muchas otras
cosas que no recuerdo. Ahora tiene tiempo que no lo he visto, ni siquiera como
palo de escoba.
fotoğrafçı DEN-SAU-PIN |
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