martes, 11 de diciembre de 2012

El carro de baleros.



Con tan solo diez años, sin más aspiraciones que seguir jugando ese día, ya había conseguido las ruedas, éstas solamente eran unos cojinetes dañados que había ido a pedir a un taller mecánico, aún dañados rodaban y lo hacían de manera magnífica para el uso que después les daría Nico. Junto a su casa había un taller donde hacían molduras de madera, y lo que sobraba eran pedazos del material, una montaña de aserrín y trozos de madera eran parte del paisaje de su entorno. Escogió dos pequeños listones de no más de cuarenta centímetros y con el machete desafilado que consiguió en su casa empezó a sacarle punta a cada extremo de la madera para insertar los cojinetes, ya con los baleros[1] puestos servirían de ejes de rodamiento  para una caja en la que se deslizarían él y sus amigos en la banqueta recién terminada de la nueva cuadra. Puestos los cojinetes, unió con unos clavos mohosos uno de los listones a la caja de madera vieja, de esas que antes se utilizaban para mandar mercancías de un lugar a otro, al otro listón le puso en cada extremo unas armellas que se chilapeó[2] de una reja abandonada en donde supuestamente ponían el candado, el cual ya tenía muchos días que se habían robado otros, de las armellas ató una cuerda de ixtle que eran muy usadas, entonces, para amarrar cualquier cosas que lo requiriera, ya estaba el eje delantero armado, solamente faltaba ensamblarlo al resto del vehiculo, para lograrlo inició a perforar el centro del listón con una piedra puntiaguda, para atravesar por el agujero un gran perno que trasroscado se lo regalaron en el mismo taller de los cojinetes, este perno serviría para que el eje delantero pudiera tener la doble función de rodamiento y volante. La tuerca no enroscaba, pero no era una preocupación ya que solamente se pondría una vez y para lograrlo le puso la tuerca hasta donde enroscó y con una gran piedra se terminó de ensartar. Se le notó una magnífica sonrisa entre los labios resecos por el sol, sus blancos y completos dientes mostraban una expresión de orgullo y felicidad infinita, algunas gotas de sudor rodaban por su frente que solamente se las embarró con sus manos sucias manchando su rostro claro, pero dorado por el constante asoleado que le daba el jugar al aire libre.
Vamos, dijo a los demás que se la habían pasado viéndolo entusiasmados mientras terminaba el carro de baleros con el que estarían jugando por días hasta que otra cosa le llamara más la atención, entre caídas y risas, entre pleitos, de por quien volvería a dejarse rodar por la banqueta y quien lo acompañaría para darle mayor peso y correr más rápido, llegaba la hora de comer, después la de dormir y saliendo de la escuela otra vez a deslizarle, nada importaba más que rodarse una y otra vez en el gran vehiculo de baleros. 
Un video sobre ese tipo de carros:
https://www.facebook.com/1047154371991426/videos/1926572080716313/


[2] Robó.

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