Realmente las personas como
yo, son como aquel forastero que por causa ajena a su voluntad termina en la
amazonia, y para salir de ahí tiene que cruzar el humedal. Abandonado en ese
lugar, voltea para uno y otro lado y no le queda otra que meterse al agua y
avanzar entre pirañas, cocodrilos y sanguijuelas; alguna anaconda enorme aparecerá
de vez en cuando. Después de sortearla, seguirá caminando hasta llegar a la
posible orilla salvadora; para encontrase en el otro lado entumido y húmedo,
entonces con la novedad, de que en ese otro lado están los jaguares y los
dardos envenenados que le lanzan los nativos de alguna tribu de aborígenes
esperándolo para finiquitarlo.
Exhausto, sacando fuerza, de
sabrá que parte de su agotado cuerpo, logra esquivar la adversidad, se sienta
en un pedazo de tierra con playa de arenisca seca y se pone a escribir
animosamente un poema, con un trozo de rama sobre la misma arena, mientras
decide el siguiente paso a seguir. Su vida en ese lugar pasará de una aventura
a otra, siendo de esa manera su
existencia hasta que la bella catrina se cruce en su camino, coquetamente lo
coge del brazo para llevarlo a donde no existe retorno ni sufrimientos; al
universo de la materia y la energía donde todos son lo mismo.
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