Me encontraba parado en el umbral de la puerta de un local comercial, esperaba que la lluvia terminara; sin embargo no me di cuenta cuando sucedió por estar absorto en mi pensamiento. Cuando reaccioné, la charca de agua que se había formado en la calle, se miraba quieta y cristalina; parecía espejo de plata. Del otro lado de la misma, una dama de pelo castaño obscuro y ligeramente ondulado, con pequeña falda, iniciaba a cruzar la calle, al llegar a la charca se detuvo, no se dio cuenta que la charca reflejaba todo su interior. Así fue que mientras ella estaba parada frente a esa agua estancada decidiendo, si la cruzaba o rodeaba, yo miraba sus piernas en el reflejo en toda su larga extensión hasta donde se enamoran ambas; ahí vi su diminuta pantaleta color melón en la que se traslucía un hermoso monte de venus, no se si era correcto lo que yo hacía, pero fue inevitable; o tal vez así quise yo pensarlo. Al parecer ella decidió rodear el agua, después, supongo, miro mi semblante libidinoso, volteó a mirar la charca y al terminar de cruzar se me quedó mirando con unos hermoso ojos verde mar, que al verlos yo me figuraba estar sumergido en el caribe mexicano; lo que ocasionó que mi mente se extasiara de tanto placer en un instante, no pude dejar de mirar sus ojos, le dije con la mejor de mis sonrisas y lo más calmado que pude: disculpe, mi condición de amante de la belleza no pudo evitar disfrutar tanta. Un pequeño rubor apareció en sus cachetes y sin decir va, me soltó una cachetada con una de esas angelicales manos, igual de bellas que todo lo demás, por lo que no pude hacer otra cosa que agradecerle todo lo que me compartió: gracias, le dije. Ella musito: baboso, y siguió su camino, el calificativo me hirió tanto que ya no quise voltear para verla alejarse mirando el vaivén de su bien formado trasero.
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