Hace ya algún tiempo leí unos cuentos
de Kafka, entre los que se encontraba “El Artista del Hambre”; me vino a la memoria porque ahora como nunca ese relato presenta
una parodia de lo que sucede con muchos oficios y profesiones. El cuento, corto
por cierto, habla de un individuo cuyo oficio era el de ayunar, que en un
principio tenía la gran audiencia para verlo ayunar durante cuarenta días, pasado
el tiempo cosas más atractivas le robaron la atención, al modo tal que todos se
olvidaron del ayunador incluyendo su equipo de soporte; artista, que por ser
tan profesional murió de hambre entre los materiales que cubrían su escenario.
Pero es preferible que lo lean
para que aprecien el increíble realismo de la narrativa del autor.
Por otra parte continuaré con
lo que quiero escribir, que fue por lo que traje el asunto anterior como introducción.
Cuando era niño a veces me llevaba
mi abuela paterna de vacaciones a la capital de la Republica Mexicana, o se la ciudad de México;
ya entonces un monstruo de ciudad. Intentando ser moderna con vehículos públicos
y privados circulando por sus arterias. Para mí, que en Chilpancingo solamente
tenían auto los médicos y algunas dependencias de gobierno, me parecía
impresionante ver pasar uno tras otro en hilo continuo vehículos por las
arterias de la gran ciudad.
En esa enorme metrópoli donde
también en las banquetas las personas se trasladaban a todos y desde todos los
rumbos, como si fueran hormigas alborotadas en la entrada del hormiguero, eran
los años cincuenta ya había aparecido la fibra sintética llamada nailon, que
tuvo un éxito inaudito entre las mujeres debido al generalizado uso de las
medias transparente que hacían ver lisitas y sexis las piernas de cualquiera
dama. Entonces estas prendas de vestir no eran lo económicas que resultan ahora;
sin embargo, gracias al uso tan popular, ayudó a que se formara un oficio nuevo
que permitía aquellas damas que no contaban con la riqueza necesaria, cuando el
débil tejido de la media sufría un colapso, tener que comprar nuevas. Probablemente
el oficio ya existía para reparar las antiguas medias de seda, pero realmente
no lo sé.
Estos señores, los del oficio
nuevo, se dedicaban a repararlas, dejándolas como nuevas. Recuerdo que en todas
las calles del centro, a la entrada de una vecindad o corredor comercial, ver
trabajar a la orilla de la banqueta a uno de estos artesanos remendando medias,
recuerdo lo interesante que era
verlos poner la media en algo que parecía un vaso y con un dispositivo similar
a un pequeño desarmador empezar a remendar la media. La mano se movía como una
maquina de coser, subiendo y bajando velozmente el instrumento descrito
con anterioridad.
Ahora, estos oficiales, desaparecieron
sin siquiera ser recordados por aquellas damas catrinas
que una vez acudieron a pedir sus servicios, ¿que fue de ellos? De que se
mantienen ahora, en estos días que se prefiere comprar unas medias nuevas a
precios relativamente bajos, que remendar la dañada. Probablemente como sucede
siempre esos oficiales aprendieron otro oficio, probablemente otros buscaron un
empleo o pasaron a la gran fila de individuos paupérrimos sin empleo que día a
día aumenta porque saben hacer lo que nadie necesita que se haga debido a la
globalización.
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