martes, 10 de julio de 2012

De un solo uso.




Hace ya algún tiempo leí unos cuentos de Kafka, entre los que se encontraba “El Artista del Hambre”; me vino a la memoria porque ahora como nunca ese relato presenta una parodia de lo que sucede con muchos oficios y profesiones. El cuento, corto por cierto, habla de un individuo cuyo oficio era el de ayunar, que en un principio tenía la gran audiencia para verlo ayunar durante cuarenta días, pasado el tiempo cosas más atractivas le robaron la atención, al modo tal que todos se olvidaron del ayunador incluyendo su equipo de soporte; artista, que por ser tan profesional murió de hambre entre los materiales que cubrían su escenario.
Pero es preferible que lo lean para que aprecien el increíble realismo de la narrativa del autor.
Por otra parte continuaré con lo que quiero escribir, que fue por lo que traje el asunto anterior como introducción.
Cuando era niño a veces me llevaba mi abuela paterna de vacaciones a la capital de la Republica Mexicana, o se la ciudad de México; ya entonces un monstruo de ciudad. Intentando ser moderna con vehículos públicos y privados circulando por sus arterias. Para mí, que en Chilpancingo solamente tenían auto los médicos y algunas dependencias de gobierno, me parecía impresionante ver pasar uno tras otro en hilo continuo vehículos por las arterias de la gran ciudad.
En esa enorme metrópoli donde también en las banquetas las personas se trasladaban a todos y desde todos los rumbos, como si fueran hormigas alborotadas en la entrada del hormiguero, eran los años cincuenta ya había aparecido la fibra sintética llamada nailon, que tuvo un éxito inaudito entre las mujeres debido al generalizado uso de las medias transparente que hacían ver lisitas y sexis las piernas de cualquiera dama. Entonces estas prendas de vestir no eran lo económicas que resultan ahora; sin embargo, gracias al uso tan popular, ayudó a que se formara un oficio nuevo que permitía aquellas damas que no contaban con la riqueza necesaria, cuando el débil tejido de la media sufría un colapso, tener que comprar nuevas. Probablemente el oficio ya existía para reparar las antiguas medias de seda, pero realmente no lo sé.
Estos señores, los del oficio nuevo, se dedicaban a repararlas, dejándolas como nuevas. Recuerdo que en todas las calles del centro, a la entrada de una vecindad o corredor comercial, ver trabajar a la orilla de la banqueta a uno de estos artesanos remendando medias, recuerdo lo interesante que era verlos poner la media en algo que parecía un vaso y con un dispositivo similar a un pequeño desarmador empezar a remendar la media. La mano se movía como una maquina de coser, subiendo y bajando velozmente el instrumento  descrito con anterioridad. 
Ahora, estos oficiales, desaparecieron sin siquiera ser recordados por aquellas damas catrinas que una vez acudieron a pedir sus servicios, ¿que fue de ellos? De que se mantienen ahora, en estos días que se prefiere comprar unas medias nuevas a precios relativamente bajos, que remendar la dañada. Probablemente como sucede siempre esos oficiales aprendieron otro oficio, probablemente otros buscaron un empleo o pasaron a la gran fila de individuos paupérrimos sin empleo que día a día aumenta porque saben hacer lo que nadie necesita que se haga debido a la globalización.

No hay comentarios:

Publicar un comentario