En el siglo diecinueve y a principios del veinte,
los países de América no parecían tan estables políticamente como lo son ahora;
aparentemente.
En algunas lecturas que he
tenido sobre la historia, me había dado cuenta cómo los golpes de estado se
sucedían unos a otros. Para que aquel que lo hacía fuera legitimado había
necesidad de que otro país lo reconociera como jefe de gobierno. Obviamente,
entre más poderoso resultaba el reconocedor más seguro resultaba que aquel
reconocido se normalizara en el gobierno que por la fuerza había adquirido.
Curiosamente, ahora en un
proceso democrático; supuestamente seguro, limpio y legal; o al menos eso
quisieron hacernos creer. Los mismos que intentaron por todos los medios
convencernos, son, ahora, quienes no le dan la importancia. Lo digo, porque
cuando el conteo de la elección iba en sus etapa inicial, o sea en no más de la cuarta parte
de los votos, para entonces, ya el presidente del instituto, el de fáctico de
la república y los medios de
comunicación, estaban dando de ganador a uno de los contendientes,
posteriormente algunos jefes de estado de otros países, de los poderosos
casualmente, felicitaban al supuesto ganador, quien también ya anunciaba su
triunfo como legítimo.
Tendría que estarme chupando
el dedo, para creer que estas elecciones son limpias, las cosas siguen siendo
como en el siglo diecinueve, el poder se obtiene por la fuerza, nunca por comicios
limpios. Ahora volvió a suceder. Almenos así parece ser. ¿Serán capaces de corregir?
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