Hoy el cielo se miraba
despejado: la luna en el poniente y Venus en su lugar acostumbrado de lucero
atolero o lucero de la mañana en el este, en el cenit, Júpiter. Los tres
formando una recta como indicando la ruta a seguir. Sin embargo, yo caminé
hacia el norte que es donde queda el punto de partida acordado. Ahora me ganó Bolivar,
ya se encontraba sentado en la banca del jardín, hoy fue una mañana fría pero
seca, la luna se miraba entre unas nubes que marcaban un siete como indicando
la hora de reunión, me senté junto a él para comentar las posibles asistencias,
al parecer iríamos solamente los dos. En fin, el principal propósito, me dije a
mi mismo: es caminar; y bien se puede hacer entre muchos, solo o en pareja, así
que nos paramos y como siguiendo la luna continuamos a la montaña.
Nunca, aunque sea el mismo
camino las cosas resultan iguales, ahora nuestra ruta a campo travieso sobre el
cerro de Xocomulco, aquel camino rústico de herradura destruido por la maquinaria para
ampliarlo y dejar entrar autos, estaba hecho un arroyo, como cascadas por toda
las pendiente se veía venir el agua, no era la lluvia porque como ya dije fue
una mañana seca, así que continuamos subiendo hasta comprobar lo incomprensible:
el agua potable de Chilpancingo que llega del manantial de Omiltemi estaba derramándose
sobre nuestra ruta, como alimentando la tierra en un rito de sacrificio húmedo,
mientras las bellas montañas al otro lado de la ciudad, iluminadas por la
aurora, mostraban un velo hermoso de neblina que irradiaban con las primeras luces
de la mañana. Algún impertinente había roto la tubería y el agua escurría de
acuerdo a la gravedad, formando arroyos y cascadas. Nuestro propósito no era el
de investigar por qué sucedió, así que continuamos
subiendo, ya sin agua en los pies con sólo el suelo caloso de siempre.
Llegamos al acostumbrado lugar
que llamamos santuario para hacer la siempre y deseada parada técnica, una vez
preparado el bodegón con las viandas y el mezcal, nos sentamos a escuchar a
unas chachalacas que llegaron a cubrir el espacio musical dejado por los
compañeros caminantes Horacio, Pancho y Tulio. Estas aves que no pueden
presumir de tener el canto del jilguero o del gorrión, fue para nosotros como oír
cantando inesperadamente a Feliciano en la
plaza. Después de degustar el mezcal y las viandas y el concierto de
chachalacas, continuamos para Amojileca donde en la fonda de Lupita comimos un
rico entomatado acompañado de guajes frescos y de cafecito de la olla y, desde
luego, con el regional mezcal.
Ahora regresamos en el transporte
público, como acostumbran hacerlo los pueblerinos para visitar Chilpancingo los
domingos. Así es este mundo de contrastes; unos nos fugamos al pueblo buscando
los paisajes frescos y bellos y los platillos regionales; mientras otros llegan
a la ciudad a buscar el bullicio, el depredado paisaje urbano y las comidas
chatarras de los restaurantes de franquicias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario