lunes, 1 de octubre de 2012

Con música de chachalacas.




Hoy el cielo se miraba despejado: la luna en el poniente y Venus en su lugar acostumbrado de lucero atolero o lucero de la mañana en el este, en el cenit, Júpiter. Los tres formando una recta como indicando la ruta a seguir. Sin embargo, yo caminé hacia el norte que es donde queda el punto de partida acordado. Ahora me ganó Bolivar, ya se encontraba sentado en la banca del jardín, hoy fue una mañana fría pero seca, la luna se miraba entre unas nubes que marcaban un siete como indicando la hora de reunión, me senté junto a él para comentar las posibles asistencias, al parecer iríamos solamente los dos. En fin, el principal propósito, me dije a mi mismo: es caminar; y bien se puede hacer entre muchos, solo o en pareja, así que nos paramos y como siguiendo la luna continuamos a la montaña.

Nunca, aunque sea el mismo camino las cosas resultan iguales, ahora nuestra ruta a campo travieso sobre el cerro de Xocomulco, aquel camino rústico de herradura destruido por la maquinaria para ampliarlo y dejar entrar autos, estaba hecho un arroyo, como cascadas por toda las pendiente se veía venir el agua, no era la lluvia porque como ya dije fue una mañana seca, así que continuamos subiendo hasta comprobar lo incomprensible: el agua potable de Chilpancingo que llega del manantial de Omiltemi estaba derramándose sobre nuestra ruta, como alimentando la tierra en un rito de sacrificio húmedo, mientras las bellas montañas al otro lado de la ciudad, iluminadas por la aurora, mostraban un velo hermoso de neblina que irradiaban con las primeras luces de la mañana. Algún impertinente había roto la tubería y el agua escurría de acuerdo a la gravedad, formando arroyos y cascadas. Nuestro propósito no era el de investigar por qué sucedió, así que  continuamos subiendo, ya sin agua en los pies con sólo el suelo caloso de siempre.

Llegamos al acostumbrado lugar que llamamos santuario para hacer la siempre y deseada parada técnica, una vez preparado el bodegón con las viandas y el mezcal, nos sentamos a escuchar a unas chachalacas que llegaron a cubrir el espacio musical dejado por los compañeros caminantes Horacio, Pancho y Tulio. Estas aves que no pueden presumir de tener el canto del jilguero o del gorrión, fue para nosotros como oír cantando inesperadamente a Feliciano en  la plaza. Después de degustar el mezcal y las viandas y el concierto de chachalacas, continuamos para Amojileca donde en la fonda de Lupita comimos un rico entomatado acompañado de guajes frescos y de cafecito de la olla y, desde luego, con el regional mezcal.
Ahora regresamos en el transporte público, como acostumbran hacerlo los pueblerinos para visitar Chilpancingo los domingos. Así es este mundo de contrastes; unos nos fugamos al pueblo buscando los paisajes frescos y bellos y los platillos regionales; mientras otros llegan a la ciudad a buscar el bullicio, el depredado paisaje urbano y las comidas chatarras de los restaurantes de franquicias.

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