Pintura Purgatory de Dale Grimshaw |
Cuando nacemos nos
ponen un nombre. Existe, incluso, un registro oficial de él.
Por otro lado aquel
nombre deja de ser único debido a que te van llamando según les guste llamarte
a quienes se encuentran a tu alrededor, a veces uno mismo prefiere otro ya que
el original no suena agradable, o para diferenciarse de otro similar.
Pues bien conmigo
no fue diferente y cuando nací a pesar
que me registraron con el de Edgar Pavía Miller, durante mis primeros
años me llamaban gordo, dice mi madre que mi padre me decía así porque nací
grandote y gordo, en esa época era un orgullo para los padres decir que su hijo
estaba gordo, ahora sería preocupante tener uno hijo obeso. Con el tiempo
debido al sarampión, las paperas, las lombrices y multitud de males que en mis
tiempos eran comunes la gordura desapareció y terminé llamándome, Edgar;
simplemente Edgar; Edgar para acá, Edgar para allá, Edgar haz esto, Edgar
levántate, Edgar, Edgar, Edgar…
Cuando me iba de
vacaciones a Cuajinicuilapa mi abuelo me decía “egar”. Algunos de los
lugareños, la mayoría afromexicanos en esa época, me decían “gringo”.
A los doce años me
fui a vivir un tiempo a los estados unidos y ahí me quitaron el Miller y sólo me
llamaba Edgar Pavía, oficialmente, porque los amigos me decían Edgar.
Regresé a México y
volvió a cambiar mi nombre entonces mis cuates me decían “el yanqui”,
afortunadamente sólo fueron tres años aunque cuando me rapé en el tercer año de
secundaría alguien me puso Taras Bulba, Estaba de moda una película
donde salía un cosaco pelón, bueno solamente fue un poco tiempo ya que
terminando la secundaria me fui a vivir a la ciudad de México donde volvieron a
ponerme varios nombre: en el
departamento donde vivía me llamaban “el mechas” debido a que ahora tenía
el pelo a la Beatles, sin embargo en la escuela, a causa de mis constantes
participaciones en clase, me pusieron Confucio hubiera querido ser como
él, los del futbol me decían “el seco”, porque medía un metro con
setenta y ocho centímetros y pesaba cincuenta y cinco quilos. Terminé la
carrera siendo “pasante” y trabajé como “burócrata” aunque ahí
realmente me decía “programador analista”, por lo diferente en la manera
de pensar, algunos de los más allegados me decían marciano.
Durante un tiempo
di clases en una escuela comercial y los alumnos me decían “profe”.
Ahora en mi negocio
me dicen doctor, doitor, maestro, señor veterinario,
algunos otros, ingeniero, los del fútbol “Don Pavías”, y la
mayoría de los que me conocen Pavía. Cuando soy grosero, Jorge me dice “prosaico”,
y algunos mamón. Por otro lado mi señora me dice viejo y a veces viejito.
Desde la muerte de
mí padre yo firmo como Edgar P. Miller y sigo usando mi seudónimo Golgorio
cuando lo que escribo es divertido, o quiero que sea divertido, porque a veces
resulta todo lo contrario ni modo es un mundo globalista. Como ven esto de los
nombres es algo curioso. A mí en lo particular no me molesta que me digan como
quieran siempre y cuando me reconozcan y lo hagan para comunicarse.
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