jueves, 16 de agosto de 2012

Un sueño que puede ser realidad.



Tuve un sueño terrible, probablemente el sueño de muchos, pero a mí me llegó como pesadilla. Digo que para muchos mi pesadilla es su sueño porque al parecer cosas que aparecían en ella cotidianamente las desean las mayorías.
Les platicaré. Resulta que desperté y fui, como lo hago todos los días, asomarme a la ventana, mi cuarto tiene vista al arroyo, pero al de autos que circulan por la calle. Les decía que eché un vistazo por la ventana, pero cual no sería mi sorpresa al ver que desde el poniente hasta donde termina la calle estaba repleta de camionetas de lujo de esas de muchos pasajeros pero que en ella solamente va uno, de las que gustan tanto a los automovilistas de ahora, también circulaban de otros modelos de automóviles; tanto como circular suena exagerado, realmente iban a vuelta de rueda, pero no terminó mi sorpresa ahí; sino que siguió, ya que las banquetas estaban ocupadas por multitud de vendedores de fritangas, frutas, artesanías y muchas chuchearías. Los que atendían  vestidos con esos hermosos atuendos que usan las pocas etnias que existen aún en la montañas de Guerrero, unos miles apenas pero que se imponen como si fueran mayorías, gracias a todos los convenencieros que se les unen sin serlo para sacar prebendas.
Fíjense que esto de las ropas típicas autóctonas ya está desapareciendo, son pocos quienes las manufacturan y menos quienes las usan, ahora usan ropa que llega de oriente, porque nuestros autóctonos ya no están en condiciones de estar días trabajando en un telar haciendo estas obras de arte, tanta despensa de carbohidratos los enfermó de diabetes y ahora exigen asistencia médica, prefieren hacer mítines y cobrar por ir a votar, lo anterior acompañado de todos los beneficios sociales que han obtenido sexenio tras sexenio, más las ayudas internacionales; les permiten dejar a un lado la elaboración de prendas artesanales. Ahora se visten con tenis, guaraches de hule, gorras en lugar de sombrero, pantalón de mezclilla en lugar de calzón y playeras en vez de camisa de manta, las damas ya ni conocen los rebozos, los huipiles mejor los venden que usarlos. Mucha de la ropa que utilizan ha llegado en pacas de otros lugares como auxilio de desastres. Así vez a Jacinto Nepomuceno Tecuapa con una sudadera de Oxford Todos andan con su celular en la mano. Las verdaderas comunidades autóctonas realmente no eran miserables, quizás vivían diferentes a los individuos de las grandes ciudades pero tenían modos de vida dignos y propios, trescientos años de influencia católica trastornó sus verdaderos usos y costumbres convirtiéndolas en un mazacote de costumbres ajenas. Ahora sí son miserables y viven de la caridad, se salvan algunos pocos, pero no por mucho tiempo.
Regresando al sueño después de ver lo mencionado bajé; aparecí en mi sueño leyendo el periódico que informaban la desaparición del transporte público; dizque porque entorpecía el tránsito vehicular, también un decreto donde se permitía mercadear en las banquetas para disminuir el desempleo apoyados por los créditos del PYMES, además que se había promovido entre los bancos créditos hasta por cincuenta años a quienes quisieran un auto para transportarse.
No cabía en mi perplejidad de lo que sucedía, después aparecí saliendo de mi cochera caminando, no uso auto pero tengo cochera, frente a ella mi vecino estacionado, estorbando la salida; o sea, no permitía el paso en auto, de todos modos no era necesario. ¡La banqueta bloqueada por vendedores no permitía que saliera andando! Mi vecino, sobre su auto de lujo, me volteó a ver con una sonrisa boba, encogió los hombros como disculpándose, él algo fastidiado al parecer llevaba ya algunas horas tratando  de meterse al arroyo de autos para circular pero no se lo permitían los demás conductores. Veía desde arriba como todas las calles de la ciudad estaban igual, también todas las banquetas. Quise salir y haciéndome de ladito y flaquito, logré llegar a la guarnición de la banqueta pero no existía manera de caminar por ella, así que aprovechando lo lento de los autos caminé por la calle entre ellos hasta caer en una alcantarilla abierta, ¡es un sueño! me dije, Chilpancingo no tiene alcantarillas. Desperté en el piso de mi cuarto, relajado, sabiendo que solamente había sido una pesadilla. Sin embargo, tengo miedo de ir asomarme a la ventana.

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