Dibujo de Edgar P. Miller. |
No creo que sea necesario recurrir al método científico para explicar como sucede que a una persona que le esté yendo bien le parezca necio ver a otros quejarse de su situación.
Creo que es obvio que le parezca a él así, ya que lo más probable es que él nunca ha realizado demasiado esfuerzo para obtener lo que tiene o piensa que el poco que hizo fructificó gracias a su eficiencia.
Hablar de optimismo y pesimismo en cuestiones de injusticia social resulta necio y arrogante. A quien le está yendo mal téngalo por seguro que poca culpa tuvo de ello, ya que si así hubiere sido, bien podría emprender el plan B, y probablemente ya lo esté intentando y encontrándose con muros infranqueables.
O cayendo en la trampa de un gobierno traidor. Un conejo no cae en la trampa porque sea incapaz para sobrevivir, cae porque lo atrajeron a través de un engaño.
Ahora por el otro lado, las cosas no son del todo sencillas, ya que si el que está bien hizo algo para estarlo no fue precisamente lo que hizo, lo que lo mantiene en un estatus de desahogo, sino que también tuvo que ver el que a los otros les va mal. Aunque ha mirada de águila no lo pareciera.
Resulta que a manera en que sean más los miserables, más injusticia existirá para ambos lados; y lo más probable es que no recapaciten ambos lados para razonarlo de la siguiente manera: el que todo sea culpa de ambos, pero en esta situación, el que está bien es el que tiene el poder para el cambio, pero como no lo ve así porque como principio no necesita un cambio, ese cambio no llegará hasta que los otros se desesperen y estallen.
Así que ser optimista no es aquel que mira su milpa toda marchita y enfoca su felicidad en el que al menos una mata logró salvarse. Porque eso sería un engaño a su inteligencia; no permitiendo tomar las providencias para la siguiente temporada y por ese falso optimismo termine arruinado.
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