Mientras nosotros comentábamos sonriendo las anécdotas
de la caminata, bromeándonos unos a otros. Con la mente relajada por el aire
puro y la belleza de los paisajes, sin penas que recordar por el esfuerzo
realizado; que fortalece el cuerpo una vez terminado. Sentados en el corredor,
rodeados de montones de mazorcas de colores y enceres de labranza; Doña Rica,
quien será la persona encargada de prepararnos el almuerzo, empieza a manera de
monólogo un relato:
—Cuando mi padre estaba
trabajando en México, en una
gasolinera, llegaron los asaltantes y lo golpearon, no se que utilizaron, el
caso fue que su cara quedo toda cortada, cuando se presentaron los de la cruz roja,
dijeron que parecía que estaba muerto, pero se dieron cuenta que se movía, por
eso se lo llevaron. Estuvo siete años en el hospital. — Platicaba doña Rica, mientras
nosotros sorprendidos escuchábamos. Al mismo tiempo que ella, separaba el maíz
con las manos, dejando con calma los granos sobre un gran chiquigüite.
— Es el de la cosecha pasada y no he podido
terminar de desgranarlo—,
decía de las mazorcas, al momento que
brillaban sus grandes dientes, al parecer sonrientes, contrastando con la
profunda tristeza de sus ojos.
Dos cobertizos y un pequeño cuarto, en un solar grande, como de
cuatrocientos metros cuadrados en las orillas del pueblo es la casa donde Doña
Rica vive junto con sus hijos, nietos, marido y hermanos.
Continúa con el relato:
—cuando regresó mi padre estaba ciego, fue a parar a la
cárcel porque mató a una mujer de diecisiete puñaladas, pero no duró mucho en
ella, luego, luego lo sacaron porque no lo aguantaron los presos porque a todos
les golpeaba con su bastón.
Ismael le pregunta:
—¿porqué no haces un desgranador con los olotes para que
sea mas fácil y rápida la desgranada?
Doña
Rica contesta irónicamente:
— Porque no tenemos alambre, además no hay quien pueda
hacerlo, — volteando a ver a
su hermano; tratando a la vez de insinuarnos algo.
—Cuando regresó mi padre, — continúa Doña
Rica, — se dedicó a pegarle a mi
madre, una vez cuando estaba embarazada, de este mi hermano— mostrándonos a un joven delgado algo
decrépito, — la golpeó por todo
el cuerpo. Después que parió, mi madre nos dejo a todos y se fue, regresó
cuando mi padre murió, por eso mis hermanos no la quieren por el resentimiento
de haberlos abandonado. — Un momento de silencio, cambiando la expresión de alegría del rostro
por otro compungido continúa:
—Ella tiene cáncer, dicen los doctores que en tres
partes del cuerpo, y le dijeron que hiciera lo que quisiera hacer que eso que tenía no se
curaba.
Sonriendo de nuevo:
—Aquí, le dieron un preparado con cola de zorro, uña de gato,
y zopilote y anda muy bien haciendo el trabajo que quiere.
Otra vez triste casi con
lágrimas en los ojos, dice:
—Pero mis hermanos no la quieren, siguen resentidos
porque los abandonó.
Después se paró y fue a
preparar el almuerzo, nosotros seguimos con las chanzas, al parecer fui el
único que le prestó atención a lo que Doña Rica decía, probablemente el relato
es recursivo y los demás ya lo habían escuchado antes, me quedé pensando en el
padre, me di cuenta que no mencionó como murió o simplemente perdí la atención
y no escuché, pero en fin aquí queda el relato de una vida común, como cualquiera
de tantos miles que suceden en México
y el mundo.
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