viernes, 25 de marzo de 2022

INCERTIDUMBRE.

 



Eran las siete de la mañana de un día 10 de mayo, en este año el día cayo en miércoles. Mi mujer me pidió que la acompañara a dejar unas flores a alguien a quien ella ama. Así lo hice y nos encaminamos al lugar de la reunión; este lugar, se encuentra donde termina ¿o inicia? la calle de Morelos, y sí ahí termina, entonces diremos que nace justo en la plaza central de Chilpancingo, de ahí al lugar son sólo cuatro cuadras y la tercera es una tremenda pendiente, de bajada, de casi sesenta grados, al fondo se mira, a través de las ramas, de uno de los pocos amates que sobreviven en la ciudad, la entrada del lugar. En el dintel del frontón de la puerta se puede leer una leyenda que dice “descúbrete ante la augusta paz de nuestros muertos aquí donde terminan las ambiciones humanas” . Mi esposa y yo, no llegamos por el camino descrito pero quise mencionarlo debido a que los que residen aquí, por lo general, esta es la ruta que siguen y siempre lo hacen acompañados, aún los solitarios, por un tumulto de gente. Nosotros tomamos una ruta relativamente nueva y es aquella por la ribera del río Huacapa, que desde que hicieron este acceso dejo de ser río el Huacapa y ahora sólo es un canal al que le nombran, debido a las vialidades en la ribera, paseo Alejandro Cervantes Delgado, que al construirlas destruyeron la ecología ya de por sí muy precaria del río. La población lo prefirió así, parece ser, realmente ni se sí se los preguntaron; conmigo no lo hicieron.

Al fin llegamos y atravesamos la puerta al mismo tiempo que muchas personas lo hacían, no me descubrí, porque supuse: que debido a lo antiguo del letrero, se referían a quitarse el sombrero, pero como ahora son pocos los que lo usan; y yo no soy uno de ellos, pues no tuve que hacerlo, y los que sí lo usan no leen y por lo tanto tampoco lo hicieron, continué caminando al lado de mi esposa hasta donde ella tenía que dejar las flores. En el camino escuche la música de un grupo de mariachis tocando aquella canción que dice “amor eterno...” de aquel compositor1 más conocido por sus preferencias sexuales que por la calidad de sus composiciones. Junto a los mariachis estaba sentado, con los ojos llorosos y mirada perdida, un hombre: con botas de piel de culebra; pantalón de mezclilla, detenidos con un cinturón de hebilla tipo Fox: con una herradura y una cabeza de toro; su camisa, de rayón negra, abierta del cuello hasta el pecho; mostrando colgada de su cuello: una cadena de oro, con un crucifijo del mismo material. Probablemente la música que está tocando el mariachi ni le guste a él. Incluso cuando alguna vez escuchó que su madre la oía, él le a de haber reclamado: –ya amá como le gusta oír a ese maricón2 mejor hay que poner la banda del recodo–, pero ahí estaba quizás arrepentido de eso y de otras muchas faltas que hubiera no querido haberle hecho a su madre; o probablemente con la música quisiera levantarla para poderle decirle que la quiere ya que nunca se lo dijo; sin embargo, los muerto ya no oyen, ni perdonan, porque están muertos.

Ya llegamos al lugar, mientras mi esposa hacía lo que vino hacer; yo, parado observaba a una señora joven con un niño de aproximadamente seis años; de aspecto humilde con ropa desgastada y descolorida, cargando un ramo muy grueso de flores de zempasúchitl; caminando por una de las pocas veredas que tiene este lugar, probablemente dirigiéndose al lugar donde enterró a su madre, se le miraba el esfuerzo físico que hacía al cargar el manojo de flores, tal vez atrás de ese rostro triste dentro de su cabeza llegaban aquellos recuerdos donde su madre le pedía que le ayudara a cargar algo y ella la reprendía diciendo: –pérate amá, no ves que estoy mirando la novela–. Tal vez al llegar, a la lapida bajo la que se encuentra, quisiera ver a su madre pidiéndoselo de nuevo para con una sonrisa decirle: –sí mamita ahora mismo–. Sin embargo el tiempo sigue un solo sentido y sólo se vive una vez.

Así regresé, a mi casa, del panteón, no todos regresan; yo sí, con mi esposa y con esos recuerdos.

10 de mayo del 2006

Edgar Pavía Miller.

1 Juan Gabriel.

2 Aquí les dicen así a los homosexuales.

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