Estaba parado junto a una mujer, al parecer su madre, él, era un niño rondando los tres años, vestido con pantalón corto azul celeste, playera gris claro con estampados al frente de pececitos de colores, en sus pies unos tenis cubrían sus tines1. A un lado, su madre de gesto rígido, al parecer fastidiada por lo que hacía, vestía con pantalón de mezclilla azul y una playera de rayas horizontales delgadas: rojas, blancas y azules; portaba en sus pies unas sandalias, sin jareta en el talón, de material sintético.
Como madre que era, se miraba, en lo que hacía, que cumplía con una obligación vital como es la de alimentar a su hijo. Tenía en una de sus manos, dentro de una bolsa de polietileno, un mango cortado en trozos, cubiertos con sal y chile rojo, al parecer comprado recientemente.
El niño, de aspecto delgado y con gesto hambriento, exigía a su madre, balbuceando ruidos que no llegaban aún a palabras, le diera del fruto que llevaba. La madre, sin perder el aspecto de su rostro, con la mano libre sacó un pedazo de mango y se lo dio al niño, quien lo asió y posteriormente introdujo a su boca, un instante después lo escupió al suelo, tal vez al sentir el picor del chile al que no estaba acostumbrado. Dirigiéndose a él, su madre, con palabras que no llegué a escuchar pero por el tono se entendió que lo reprendió aparte de explicarle porque debería comerlo; le dio otro pedazo, el niño no muy convencido de lo que su madre le dijo, con desconfianza, tomo el pedazo, al parecer éste tenía menos chile, el chamaco se lo comió, probablemente no porque no picara sino por el miedo de ver el gesto molesto de su madre. Con respecto al pedazo tirado en la banqueta: ni la madre, ni el niño hicieron algo para levantarlo. La madre, convencida de que estaba cumpliendo su función materna, sólo se preocupaba por la alimentación de su hijo.
Una persona que pasaba en ese momento, que al parecer se dio cuenta de cuando el niño tiró el fruto, le reclamó a la madre con respecto a lo tirado evidenciándose que podría ser peligroso para los transeúntes. La madre sólo sacó otro pedazo de mango y dándoselo al niño le dijo: —ten, pero ya no lo tires—, el ya no lo tires se escuchó en un tono como culpando al niño; él, que de todos modos ya se contemplaba aterrado, sólo apuró a comerse el nuevo pedazo.
Entre el niño y la madre se terminaron el mango, retirándose del lugar posteriormente; desde luego sin levantar el pedazo tirado y no solamente no levantaron eso sino que además, también dejaron la bolsa de polietileno en la banqueta. Momentos después, cuando justo la madre y el niño cruzaban la calle, se vio como llegaba una Urban del transporte colectivo, también se vio el movimiento de algunas personas, al correr para abordarla, entre ellas, una niña de aproximadamente once años, portando el uniforme a cuadros rojos y blancos de la primaria que se encuentra cerca, que por mirar su transporte, no se dio cuenta que estaba la bolsa, en la banqueta tapando el pedazo de mango, la cual pisó: lo que la hizo resbalar, cayendo rumbo a la Urban... quedando su cabeza justo en frente de la llanta trasera, que precisamente en ese instante, como milagro, acababa de parar. Al mismo tiempo una señora obesa, que se bajo del transporte, tiraba la cáscara de una mandarina, que al parecer, venía comiendo dentro del vehículo.
Edgar Pavía Miller
Abril del 2006
1 Así le llamamos a las calcetas que tienen recortado hasta el tobillo el resorte.
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